Tengan ustedes buen sábado. Bueno, buen sábado, buen domingo y el resto de la semana... Ténganlo todo fenomenal, en serio. Que les vaya bien, lo mejor posible. Queda dicho.

Y si eso les deseo en lo individual, más de lo mismo para lo colectivo. Que le vaya bien al país, en tiempos verdaderamente complejos. Sentencia de la primera etapa de la Gürtel, por fin, y cascada de consecuencias que hacen que el previsto tiempo de estabilidad no exenta de parálisis que nos prometíamos, a raíz de la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado, se haya convertido en un terremoto. Necesaria moción de censura o convocatoria de elecciones, visto lo visto, pero con pocos visos de prosperar la ya presentada por el PSOE de forma constructiva, a partir del tacticismo de unos y otros y de lo fragmentado de la actual aritmética parlamentaria. Pero, al menos, un ya indispensable gesto de intento de regeneración democrática... Algo que creo que, al margen de las veleidades de los diferentes partidos, les conviene a todos ellos, sin excepción. Y, a partir de ahí, claro está, al conjunto de todos nosotros.

Pero tiempo al tiempo, que todas esas cuestiones van a dar para mucho. Y hoy, ya con el foco puesto en un objeto más amplio, dediquémonos a hablar de África. ¿Que por qué? Pues porque el de ayer, 25 de mayo, es el día elegido por la comunidad internacional como Día de África. Y es que en tal fecha en 1963, hace ahora cincuenta y cinco años, se fundó la OUA, Organización para la Unidad Africana. O sea que... allá vamos.

Pero, obviamente, es difícil glosar a todo un continente en tres párrafos. Imposible. Por eso me limitaré a lanzar tres o cuatro flashes que tienen que ver con mi propia experiencia sobre el particular, de forma muy gráfica. Y todo ello hilvanado a partir de mis lecturas, mi corta estancia en unos cuantos -muy pocos- de sus países y, sobre todo, con el bastante feedback que he ido recibiendo de personas de allí con las que tuve ocasión de compartir reflexiones en diversos foros, alguno de ellos internacional. Y, con todo, para mí África es muchos ingredientes a la vez. Para empezar, no me cabe duda de que representa una cierta dosis de romanticismo, de una sociedad todavía por construir, muy diferente hoy a aquella que Conrad describió en El corazón de las tinieblas, pero también de los tiempos líquidos que vivimos en Occidente. África es también progreso en términos "macro", medido en relación con diferentes indicadores que nos muestran también una mejora de las oportunidades en muchos de sus territorios, hoy, respecto a hace unas décadas. Y África, de forma muy diferente en función de a qué región nos refiramos, también significa exclusión, con enormes bolsas de personas fuera de los estándares más elementales de acceso a la salud, educación o servicios sociales básicos...

África es esperanza, claro está. Y África también es depredación y falta de control autóctono sobre los ingentes recursos de muchas de sus zonas. África es origen, con algunos de los primeros homínidos documentados en Chad, Etiopía, Sudáfrica o Tanzania, o civilizaciones como la egiplcia o la aksunita... África es atardeceres rojizos, cruce de culturas, expolio de la propia vida humana -vía esclavitud, de ayer y de hoy- y, también, mucha fuerza vital. Mucha resiliencia y mucha capacidad de reinventarse y crear.

Decir África me trae abundantes recuerdos en Marrakech o en Fez, en el Alto Atlas, en Dar es Salaam o en Dodoma, en Nairobi o en Addis Abeba o Lalibela. No muchísimo más, porque la mayoría de los países africanos no he tenido la suerte de conocerlos aún. Pero con África también me retrotraigo a difíciles momentos, de estos años pasados, sobre crisis humanitarias, conflictos sustentados en profundas razones económicas o esfuerzos de grupos humanos valientes y capaces para mejorar sus propias vidas.

Les he hablado hasta la sociedad de las mujeres de Wakinamama Nyota Ya Maendeleo o de Twiga, personas casi épicas a las que conocí en África. En todos ellos, y en algunos más, pienso cuando trato de fijar mi pensamiento en África. Quizá también en alguna estampa propia de los tiempos de la Ruta de las Especias en las calles de Zanzibar, o en la de aquellos taxistas que en sus Skoda quejumbrosos de quinta mano y con el suelo agujereado fenecieron bajo los tanques cuando pidieron apertura y democracia al otrora presidente de Etiopía. De allí, de Addis, nunca podré olvidar las infraviviendas prácticamente adosadas al lujoso Sheraton, y la convivencia de dos modelos de vida -el de los pudientes y el de los que ni nombre tienen- que existe en tales latitudes, igual que en zonas del continente americano o parte del asiático, y que conforma la cara de la globalización más lacerante...

África hoy es también China, vía inversión extranjera directa, que se traduce en carreteras e infraestructuras que hace nada no estaban ahí. O los inmensos campos de piñas de la United Fruit Company, por poner un ejemplo, en zonas donde no es posible casi plantar cuatro berzas para la subsistencia. O esas otras lechugas, made in Spain más caras que las autóctonas por obra y gracia de la controvertida Política Agraria Común de la UE. África es Nyerere y su "Comercio, no ayuda", en un grito desgarrador que pedía reglas más justas.

África es fuerza y valor. Es sol, Ngorongoro, Serengeti y Kilimanjaro. Es Senegal, el Sahara o el Namib. Es Índico y Cabo de Buena Esperanza. África es Ruwenzori, lobelias y hielo. Es Nilo. Es Grandes Lagos. Es todo eso y mucho más... África no es sólo un 25 de mayo necesario para tener en cuenta a este mágico continente. Es pasado, presente y, sobre todo, futuro. África es personas como usted y como yo. Y nuevas sensaciones, colores, formas y paisajes. África es, cada vez menos, naturaleza. Y, cada vez más, ecos de algo parecido al progreso. Aunque a muchos de sus actuales habitantes les quede muy lejos.