Hace unos días hubo una explosión en Tui que ha dejado dos muertos, más de seiscientos damnificados y un cráter gigantesco. Tanto la Guardia Civil como el juez tomaron declaración al responsable de la pirotecnia ilegal que, entre otras cosas, juró repetidamente que no existían más explosivos ocultos apenas unas horas antes de que unos periodistas descubriesen otros dos almacenes ilegales con mil kilos de pólvora guardados como quien apila viejos sacos de cemento. Preguntado de nuevo sobre el tema, el individuo ha manifestado que, aunque hace unas tres décadas que es el único responsable de la empresa, la culpa la tiene su padre que, según parece, lleva varios años muerto.

El pueblo clama justicia. Y hacen bien. Las investigaciones continúan y no se descarta que haya más responsables. En concreto todos los que colaboraron o sabían de estos almacenamientos ilegales de explosivos en una zona habitada, y que ocultaron u optaron por callar.

En estas situaciones, jurídicamente la cosa bascula entre la imprudencia y el dolo, donde la primera es falta de cuidado, y el segundo pleno conocimiento y mala fe, y llevan a tipos penales distintos y diferentes consecuencias.

Cuando suceden estas cosas, no puede uno dejar de preguntarse por ese factor humano, esa cabeza que, después de haber vivido dos explosiones graves en 1980 y 2005, siguió pensando que no pasa nada, que se puede almacenar pólvora por centenares de kilos en cualquier parte, que las normas sólo están para molestar o, en esa expresión tan pintoresca y tan nuestra, malo será?

Estamos tan condicionados por la cultura audiovisual que muchos creen que la maldad es como los personajes de ficción diseñados para que nos resulten más atractivos que repelentes. Pero la maldad es algo mucho más de andar por casa, y no suele tener ningún especial atractivo, ni una inteligencia extraordinaria. Generalmente es un ser común, tirando a mediocre, alguien que alivia su soledad con el mal ajeno, o que se deja llevar por impulsos agresivos o va traspasando límites y normalizando lo que le sale bien.

Hay malas personas como niños malcriados y egoístas que adaptan la realidad a la medida de su mundo, creen que sus actos siempre están justificados, niegan lo evidente y nunca se responsabilizan de nada. En este aspecto, lo de culpar a un muerto cuando vienen mal dadas, va camino de convertirse en todo un clásico.

Como también es un clásico lo de mirar a otro lado. Y pareciera que llevamos grabado a fuego el mandamiento sagrado aprendido en la niñez "no te chivarás", como si todo en la vida fueran pequeñas o grandes travesuras. Y, a veces, cuando suceden tragedias, se levanta un secreto a voces mantenido toda una vida. Extraños pactos de silencio, aversión a tomar la iniciativa, desresponsabilización, lealtades mal entendidas?

Por los juzgados pasa cada día todo el abanico de justificaciones. Jueces, fiscales y abogados veteranos ya hemos visto casi de todo, desde inofensivas rencillas al Mal de frente en distinto grado, generalmente anodino, ordinario y no muy listo, que desprecia la vida, integridad o propiedad de otros o que, después de provocar una explosión que ha hecho volar medio pueblo y matado a dos personas, pretende seguir ocultando mil kilos de pólvora como si nada hubiese sucedido. Esa "persona normal" de la que luego nos hablan en los informativos.