Aquí está junio, con su luz de primavera que ha dado el estirón, de niña con flores en el pelo que se nos ha hecho mayor, que no es niña ya. Aquí está junio, el mes más claro, el que trae el verano en los bolsillos, como quien regresa del campo con semillas en las manos. Junio es una canción que un chiquillo silba para ahuyentar el silencio, una siesta sin pijama y sin calor, un ir un poco más despacio y más alegre. Junio tiene serenas mañanas y noches rasgadas, pero es más hermoso por las tardes, cuando los vencejos toman el cielo y lo motean de vida. Junio es un mes inmenso que a veces parece mellizo de su hermano septiembre, que quiere copiarle la risa y el perfume y hasta el color del mar.

Aquí está junio con sus treinta amaneceres, con sus treinta suavidades, con sus treinta monedas de sol. Aquí está junio como una puerta abierta, como una alegoría de la alegría. Junio y sus esperanzas, sus calmas y sus quietudes de patio y fuente, de aspidistra resguardada a la sombra. Junio y su calor soportable, a la medida de lo humano, y sus días gigantes, iguales a siglos, bañados en un almíbar templado y ámbar.

A mí siempre me ha gustado mucho junio, tanto que desde hace años quería escribirle un artículo de estos de primera necesidad pero que nunca escribimos porque se nos cruza por medio una fechoría de un político corrupto, un debate vacío sobre cualquier bobada de moda, un partido de la selección o una frase extemporánea del botarate de turno, y se va quedando atrás, en el fondo del cajón de lo que nunca haces y, sin embargo, es más importante que cualquiera de esas emergencias prescindibles que da lo cotidiano.

De modo que aquí está su artículo, su columna despejada de noticias de última hora, de urgencias y declaraciones, de réplicas y contra réplicas, de todo eso con lo que vestimos el periódico del día y es urgente y necesario, pero que no siempre alimenta como alimenta una tarde de junio, una cualquiera, en la que poder dejar atrás todo lo que se nos exige, todo cuanto se espera de nosotros, y volver a ser por un rato ese niño que cuenta los días para las vacaciones.

Aquí está junio, el que por San Juan trae la inmortalidad de las tardes y el fin del colegio, con un recreo de cien soles por delante.

Aquí está junio, disfrutémoslo antes de que julio lo malogre con su costumbre de secar el tiempo y volverlo tan amarillo e inservible como el periódico de ayer.