Dice la física que los polos de distinto signo se atraen y los del mismo signo se repelen, la verdad es que lo he aprendido sin comprenderlo completamente; siendo sincero, sin entender nada. Pero sin ansias de demostración científica hay veces que trato de comprobar si eso funciona en las relaciones humanas, sociales, políticas.

Por ejemplo, pensemos en el apretón de manos; normalmente lo identificamos con el acuerdo, con la buena voluntad, con una actitud amigable, es decir, que dos polos de distinto signo se están atrayendo, por ejemplo, entre el comprador y el vendedor que acuerdan un precio y zanjan así sus diferencias.

Pero antes de conocer esa interpretación sabemos, por los restos arqueológicos, que para los egipcios significaba la sumisión de los humanos a los dioses. En Grecia y en Roma solían saludarse estrechándose las manos, aunque lo hacían agarrando la muñeca de la otra persona y apretando fuerte. Al encontrarse dos desconocidos, lo primero que hacían era enseñar sus armas y ver cómo reaccionaba la otra persona; si mostraban actitud de no querer pelear, procedían a enfundar el arma, apretaban fuerte la muñeca derecha del contrincante y reinaba la paz tranquilamente.

Puede ser que esta hipótesis se confirme, con estas connotaciones, durante la Edad Media y siglos siguientes, pero añadiendo otros gestos como descubrir la celada del yelmo entre caballeros para reconocerse como no enemigos o dejar el rostro al descubierto sin la sombra del sombrero de ala ancha, de suerte que al mismo tiempo que se confirmaba que la mano derecha estaba ocupada, también estaba desarmada.

Incluso hay quien sostiene que sacudir los brazos durante el apretón de manos podría deberse a la necesidad de comprobar que no había armas ocultas en las mangas. En resumen, a un observador ese gesto le puede causar una primera impresión, su grado de confianza en sí mismo, su poder o su agresividad.

Y, por fin, podríamos llegar a analizar los apretones de Trump, el temido apretón de Trump, cada vez que se reúne con un mandatario extranjero. Por supuesto hay ya científicos que se han dedicado a estudiar el saludo de Trump, la forma de apretar la mano y el hecho de ir acercando el brazo hacia sí mismo en señal de control. Quizá muchos teman un encuentro con Donald Trump en especial por su forma de apretar, aunque solo sea la mano, sin ningún botón a su alcance.

Para prueba refresquen su memoria con las últimas imágenes entre el rubio ególatra americano y su soberbio colega norcoreano en Singapur. Me pregunto si son, como quieren aparentar, polos de distinto signo que se atraen, de ahí el intenso y cordial saludo o si volvemos al principio de la historia y en realidad cada uno de ellos se cree una deidad que está sometiendo al otro, al hombre mortal. Aparentemente los dos se sacuden el brazo mientras sonríen satisfechos cara a la galería, pero sigo pensando que la psiquiatría tiene mucho que aclarar.