En Galicia, la primavera se ha ido sin haber llegado. El clima, impregnado de yodo y salitre, ha dejado en sus jardines distancias floridas y espontaneidad silvestre. La primavera se dispone a despejarse de su húmedo chaleco cuando el verano asoma amaneceres más tempranos. Algo parecido ha cambiado en el clima político, animado por la telegenia de mérito del nuevo Gobierno, acogido aceleradamente con verdadera devoción periodística. Es el morbo del informador, perpetuo postulante de la atención pública que, pocas veces, seguro de ella, aspira siempre a conciliar la urgencia con la publicación inmediata. En un elenco tan numeroso como el de Pedro Sánchez no suelen escasear personajes exóticos siempre supeditados, en su conjunto, a la realidad, que no permite pedir más de lo que la economía puede dar. El anuncio de subir impuestos puede ser un panfilismo de otras ocurrencias, aunque los augures políticos parecen confirmar que la socialdemocracia del siglo XXI será fiscalmente rigurosa. En este capítulo, pieza clave será nuestra paisana Nadia Calviño, representante de la tecnocracia austericida de la Unión Europea, a la hora de aplicar medidas cuánticas, es decir, de magnitud discontinua. Galicia, y singularmente nuestra ciudad, no han tenido suerte con los ministros/as de Fomento. El dédalo de problemas que nos dejan sin resolver, detallados en el editorial de LA OPINIÓN (10-06-18), es tan nutrido que imposibilita cualquier proyecto de desarrollo económico-social. Desde 2012 debiera estar operativa la estación Intermodal, que afecta al Plan Urbano y a la fachada marítima. Ana Pastor nos dejó sin comunicación ferroviaria con punta Langosteira y sin el convoy de contenedores, amén de cambiarnos la estación de autobuses por una parada en Entrejardines. Del actual José Luis Ábalos, valenciano, es conocida su inclinación por el corredor mediterráneo. Como a sus antecesores, le puede la energía del poder.

Otrosí digo

Cuarenta mil gallegos recurren al trueque y al mercado negro para sobrevivir en Venezuela; en Argentina, 176.000, con una inflación que cabalga hacia el 30%, se disponen a superar los duros ajustes que exige el FMI por su préstamo de 50.000 millones de euros. País hermano, convulso, en su curiosa actividad monetaria y cambiaria. Un economista uruguayo lo ha definido: "Nada se puede hacer sin el fantasma del peronismo y peor, nada se puede hacer con ellos".