Constituido el Gobierno más numeroso de la democracia, sus miembros se entregaron a la tarea de adjudicar la "pedrea" de nombramientos para conformar sus respectivos equipos de colaboradores, acción política convencional que suele incrementar, casi siempre, la burocracia. En este reparto de cargos no están ajenas la amistad, la lealtad y la gratitud por los servicios prestados, circunstancias que prevalecen sobre la idoneidad, en un juego en el que se procura colocar a amiguetes y a otros descartes. Nuestra ciudad fue agraciada en esta "pedrea" con la designación del exalcalde don Javier Losada como delegado del Gobierno de Galicia. Al señor Losada le cupo terminar con el vazquismo, vigente durante 23 años en la esfera municipal, vazquismo del que fue esforzado paladín dentro de un elenco de figurantes. Tras despedir a don Francisco Vázquez, cantando a su lado el La, la, la en las escaleras municipales, don Javier, fiel a su subordinación al PSG, urdió el pacto con el BNG relegando a sus electores a un estado de ensoñación. El populismo llegó al Ayuntamiento coruñés, al mejor estilo Tarantino, con una propuesta "progresista" que solo sus fieles son capaces de liderar. Los nacionalistas, con el viento a favor, establecieron que el programa a ejecutar era el suyo y mostraron escasa gratitud a quienes les habían ayudado a encumbrarse. En esta "alianza de progreso", el señor Losada hizo gala de su tolerancia y buen encaje, bondades que no evitaron que pasase de irenarca a fuguillas. Los coruñeses vivimos entonces una etapa plagada de anécdotas, en las que resultaba difícil distinguir a los políticos de sus propios guiñoles.

Otrosidigo

Don Javier Losada hubo de capear circunstancias curiosas durante su mandato como alcalde, de modo singular, cuando el botellón era considerado "ocio alternativo", hasta que apareció a la puerta de su casa; los a fter hours, próximos a la plaza de Vigo, terminaron sus escándalos, tras la denuncia de los vecinos del Ensanche en El programa de Ana Rosa en Telecinco o cuando el exalcalde, atrapado en la "arielita", que sube al Monte de San Pedro, una vez liberado, hubo de trepar por la montaña. Todo lo superó con buen talante hasta el punto de que llegó a confesar "sentirse cachondo" en la Alcaldía.