No es que quiera yo ejercer de vidente, pero ya sé todo lo que va a suceder con la sociedad occidental en los próximos años. Y lo sé, no porque haya tenido una revelación divina ni un viaje espiritual en clase de yoga, sino porque todo esto ya ha sucedido antes. El ascenso de la ultraderecha, los censos racistas, la segregación, los puertos cerrados, el desprecio a la dignidad humana, el triunfo de los posicionamientos xenófobos disfrazados de sentido común. También la conceptualización del otro como un enemigo que conspira para destrozar nuestro estilo de vida, la invención de amenazas invisibles o la manipulación al través del miedo y la mentira. Dicen que la historia ocurre dos veces: la primera vez como tragedia y la segunda como farsa. Bueno, pues en algunos casos parece que todas las repeticiones nos conducen a un destino trágico.

Todo esto que está sucediendo ya ha sucedido. De hecho, Europa quedó reducida a escombros hace, como quien dice, cuatro días debido precisamente a estas derivas despiadadas. Lo sabemos, lo hemos estudiado, trescientos millones de libros y películas lo abordan. Pero preferimos fingir que el fascismo constituye una estampa pintoresca del pasado, un cliché argumental. Aquello que no debía volver a pasar está sucediendo otra vez. Y, además, lo está haciendo a un ritmo muy similar: poco a poco, a base de proclamas incendiarias y medidas burocráticas. Y ahí reside el quid de la cuestión. De nuevo, el horror viene de la mano de normativas crueles, legislaciones salvajes y políticas gubernamentales deshumanizadoras.

No se trata de turbas enfurecidas que causan el caos en las calles, sino de gobiernos perfectamente organizados que, decreto tras decreto, firma tras firma, resolución tras resolución, van pavimentando nuestro camino colectivo al infierno. Sí, una vez más. ¿Nos preguntamos cómo fue posible entonces? Pues exactamente igual a como está siendo posible ahora. Es que no aprendemos. El diablo vive entre los párrafos de esos documentos que legalizan la crueldad. Ante una masacre a (casi) todos se nos revuelven las tripas; en cambio, resulta mucho más sencillo comulgar con el sadismo cuando va llegando a cuentagotas disfrazado de formulario B67, impreso 82J o certificado A35.

Todo esto que está sucediendo ya ha sucedido antes. Y acaba - spoiler- con genocidios y represión sistematizada. Todas estas señales de alarma ya se lanzaron hace unas décadas. Y también entonces fueron ignoradas. Se hizo la vista gorda; había que relativizar; tampoco era para tanto, unas cuantas excentricidades sin más. Entonces no se llegó a tiempo para acabar con la barbarie, quizás ahora no sea demasiado tarde.

Todo esto que está sucediendo ya ha sucedido. Y acaba con la filósofa Hannah Arendt escribiendo sobre la banalidad del mal. Sobre cómo los individuos somos capaces de tolerar las mayores atrocidades si se producen en un contexto que consideramos adecuado. No hay que ser un monstruo para cometer monstruosidades, basta con que se den las circunstancias apropiadas para ello. La sensatez y la normalidad se convierten así en herramientas para el exterminio. Todo esto que está sucediendo ya ha sucedido antes. Podemos indignarnos, protestar, batallar, alzar la voz. Pero lo que no podemos, bajo ningún concepto, es hacernos los sorprendidos.