Parece que entre la tripulación que gobierna este barco por estribor ha cundido un gran mareo; la desorientación se ceba entre los viajeros de estos camarotes por el cambio del capitán del navío y padecen dificultades para encontrar su correcta ubicación en el barco. Han sido muchos años de travesías en los que solo había que tener claro un criterio, saber quien mandaba.

No hubo nunca mejor amalgama que el poder y mantenerlo a toda costa; si bien es cierto que, en ocasiones, esta navegación de cabotaje había tenido y seguía teniendo servidumbres comerciales en cada puerto poco, o nada, decentes y honradas.

Por lo tanto, una vez que esas normas y costumbres quedaban claras, el resto era superfluo.

Con obedecer y seguir fielmente al líder, se acababan los problemas, los mareos, las incertidumbres; la única preocupación era ocupar en cada ocasión un camarote bien situado, más amplio, mejor servido de provisiones, en el que el lujo brillase más que el sol. El líder que gobernaba el puente de mando proporcionaba buenos reconocimientos para compensar los sacrificios, remuneraba generosamente las lealtades inquebrantables; no siempre con divisas de curso legal, en ocasiones con destinos en cubierta, cerca del puente de mando, donde las dádivas eran más opacas y sustanciosas.

El problema aparece cuando el timonel es rebajado del servicio y renuncia a ocupar un lugar subalterno a estribor, desembarca en tierra a observar acontecimientos desde una aislada torreta al borde del mar.

A partir de entonces el cataclismo se desencadena y surgen hostilidades entre aspirantes a ocupar la sede vacante por primera vez en todas las singladuras; tripulación rasa y pasaje han de decidir quien ha de dirigirlos, algo insólito, inaudito, que provoca alarma y confusión -no hay costumbre de votar- sobre cuál será el futuro más próximo y, sobre todo, qué han de hacer para que la estiba de estribor no se descontrole.

Ante este dilema se postulan los aspirantes al mando. Casi todos veteranos, descartado el heredero natural, acobardado por la siniestra situación, quizá mejor diestra, ya que hablamos de estribor.

Es ahora cuando el desconcierto se transforma en comedia de enredo, aunque no sigan las pautas marcadas en el S.XVII, por ejemplo, en La dama boba; tenemos al galán joven y guapo, con poco pasado, pero sustancioso en carnaza para los de babor, se admira con alevosía y no tiene miedo al ridículo del sobaquillo ilustrado; también el culto y maduro noble se presenta con sus credenciales con pocas manchas aparentes y verbo florido.

Por fin, aparecen en liza las dos damas, no son exactamente trasunto de las Finea y Nise de Lope; pero quizá por su rivalidad ante el poder se las pudiese comparar, una sería la monja alférez y la otra una suerte de Rasputín napoleónico controlando los hilos del guiñol. Pobres habitantes de estribor ante esta encrucijada.