Acabaremos sabiendo si se ha vendido pero lo que sí sabemos es que está vendido ante las ocurrencias de estos dos personajes y sus exigencias porque mientras Sánchez pinta la pared con una mano con la otra debe sujetar la escalera para evitar que cada mañana Torra o Iglesias se la escondan dejándole colgado de la brocha. Y así, claro, no hay quien gobierne. Resulta que después de ponerle verde mientras Rajoy gestionaba la salida de la crisis, Sánchez se encuentra ahora con una economía lo suficientemente recuperada como para presumir de unos presupuestos, los de Rajoy, que además de subir salarios y pensiones, le aseguran más crecimiento y ser bien recibido en la UE. Ya lo dijo la ministra de Economía hace unos días: afortunadamente podremos construir sobre lo ya conseguido. Resulta también que la sala de lo penal del TS acaba de confirmar el procesamiento de Puigdemont y compañía que pronto serán inhabilitados, con lo que el procés termina como estaba previsto, en la papelera sus pretensiones y con el banquillo a punto para sus dirigentes. Sánchez recibe así, discurriendo ya por los cauces propios de un Estado de derecho, un problema de calado bien gestionado por Rajoy y una economía para presumir de gasto social.

La economía la deja Sánchez en manos de quien, bien conocida y apreciada en la UE, asegura la senda iniciada y en un buen trecho recorrida por Rajoy, de modo que a las órdenes de Calviño se hará lo necesario para no desviarse y Sánchez se quita una preocupación de la cabeza. Pero queda Torra. Torra por sí sólo puede armar un lío de los gordos, incluso, sin proponérselo. Un día, varios, desairando al Rey y arengando a sus huestes para que perturben la presencia del Jefe del Estado en Cataluña, como si la región no fuese territorio estatal. Y al siguiente en Washington denigrando a la democracia española. Ni uno ni otro son episodios menores que es como Sánchez quiere presentarlos y por eso los aborda con una debilidad impropia de un presidente de Gobierno. Y en el caso de Washington hasta mostrándose equidistante al referirse al suceso como confrontación y bronca, es decir, como encontronazo entre iguales, cuando lo lógico, lo debido y lo inteligente hubiera sido cancelar la visita de Torra a La Moncloa prevista para el día 9 de julio.

Pero no acaba ahí la cosa porque Iglesias pide un lugar central en el escenario y lo obtiene bajo la amenaza de quitarle la escalera a Sánchez. Iglesias no tiene por modelo a Maduro ni a Chávez ni a Tsipras. Su modelo es Berlusconi, el amo de los medios en Italia, multimillonario y la salsa en todos los guisos y gobiernos. Iglesias quiere lo mismo. Ya tiene una modesta televisión y a punto ha estado de hacerse con TVE, además de ser invitado frecuente y bien tratado en las teles de Roures. Está en camino de ser multimillonario con chalé de casta y es, desde luego, la salsa de todos los guisos que cocine Sánchez y lo es con todos los focos encendidos y la música a todo trapo. En una semana Iglesias se ha entrevistado con Torra, ha visitado a los presos del procés, ha culpado al Rey por su discurso en octubre de los desaires de Torra en Tarragona y Gerona y sobre lo sucedido en Washington afirmaba que la bronca entre Torra y el embajador Morenés no ayuda a la imagen de España y de Cataluña pero que tratándose de libertad de expresión "cada uno puede decir lo que le dé la gana". Con este socio cuenta Sánchez para tender puentes en Cataluña, para acercar a los presos de ETA y transferir prisiones al PNV y para acercar a Junqueras y compañía a Cataluña que ya tiene la competencia y podrá tratarlos con máximo cariño. Sin duda Iglesias le va a poner a Sánchez un precio alto por los servicios y si no se llevará la escalera.