Buen día, señores y señoras. 4 de julio ya, aniversario de la independencia de los Estados Unidos y de algunos otros aconteceres en medio mundo. Esto sigue raudo, ya ven. Y, para continuar cumpliendo con aquello de darle un poquito a la máquina de pensar, hoy les propongo un tema que no deja a nadie indiferente. Escribía de él hace ya veinte años, cuando casi nadie hablaba en España sobre la idoneidad o no de la Corona para la Jefatura del Estado. Y sigo escribiendo sobre este tipo de cuestiones hoy... Y es que el tema que les propongo es el esbozado en el título. ¿Es la Corona -todas las Coronas- un anacronismo, o no?

Y, puestos a trabajar sobre este tema, tres previos. El primero es que yo, con este artículo, hago un ejercicio intelectual sobre la pertinencia o no de esta forma de representación del Estado. No me fijo en un país concreto, sino -pongamos- en el conjunto de los Estados modernos que todavía cuentan con tal institución. El segundo, obvio pero necesario explicarlo, es que solo abordo aquí la existencia de monarquías con un papel marcadamente representativo. Si nos vamos a reinados de corte absolutista y despótico, desprovistos de cualquier forma de democracia asociada, obviamente el análisis sería mucho más tajante, seguro que compartidísimo por casi todos. Y el tercero, también necesario, es que no se trata de hablar de personas concretas, sino de lógicas y conceptos. De ideas.

Dicho todo eso, ¿qué les parece? Pues miren, yo lo tengo claro. Porque para mí, de forma evidente, la pervivencia de este tipo de instituciones hoy es claramente anacrónica, absolutamente fuera de los tiempos, y supone una adaptación de las mismas a un entorno democrático consolidado, lo cual no deja de ser un tanto antagónico. Antes, nos gustase más o menos, los reyes lo eran por la Gracia de Dios y también, frecuentemente, porque todos los que se hubiesen opuesto o se opusiesen a ellos serían pasados por las armas. Hoy no, entendiendo todos que el equipo menos malo de Gobierno será aquel que obtenga el beneplácito de una mayoría, o bien directa, o bien procedente del ejercicio aritmético realizado entre las fuerzas elegidas mediante dicho sufragio. Entonces, ¿por qué no puede ostentar la más alta representación de un Estado alguien elegido personalmente, y no por razón de su cuna?

Casi todas las personas con las que he tenido oportunidad de debatir sobre esta cuestión de la Monarquía suelen esgrimir argumentos operativos para defender tal pervivencia. Que si es más barato que una Jefatura del Estado salida de las urnas, que si la preparación de quien nace ya ungido para tal propósito es óptima, que si podría haber escándalos si un común -con sus características y con sus cuitas, como cualquier persona- ostentase tal dignidad... Argumentos meramente operativos, como les digo, y bastante discutibles. Pero pocos o ninguno son los que esgrimen argumentos ontológicos, relativos al ser en tanto que ser, que cuestionen los míos. Porque, miren, con la existencia de este tipo de institución aceptamos y perpetuamos el hecho de que unos seres humanos, porque sí, son más que otros. Dividimos la sociedad en clases de equivalencia donde compartimentamos la misma según alguna suerte de casta. Aceptamos que hay reyes y, consecuentemente, súbditos. Y yo digo... ¿y por qué? Aceptado que ya no existe una divinidad global que nos obligue a todos, sino que en lo espiritual cada uno tiene su propio poder de decisión y autonomía, la religión tampoco puede ser el espaldarazo de los monarcas, como sucedió antaño con reyes e incluso, esperpénticamente, con determinados dictadores. Entonces, si no hay razones divinas, ¿por qué existen?

Dirán otros que en algunas de las sociedades más avanzadas pervive la Monarquía. Y yo digo, con los datos en la mano, que tienen razón. Pero, a continuación, me pregunto: tales situaciones de país, ¿se deben a la existencia de una Monarquía, se producen incluso a pesar de ella, o no hay correlación entre la bonanza descrita y la forma de Jefatura del Estado? ¿Cuáles son los indicadores concretos que ligan el positivo balance económico y social de tales países a las cualidades de tal forma de representación? A pesar de que me he afanado en buscarlos, y con el poco espacio que tengo aquí para referirme a ello, les aseguro que no he podido poner mucho en claro...

Mientras, el tiempo corre, y la razón se empeña en demostrarnos que la relación paterno-filial es un muy mal vector para imprimir carácter en las cosas del Gobierno. Una persona puede ser un factor clave de éxito en el desempeño de un pueblo, y tener un descendiente absolutamente nulo para ello, como la Historia nos ha demostrado una y mil veces. O al revés. ¿Por qué las veleidades de cada cual, los deseos más íntimos o la propia circunstancia personal de alguien de carne y hueso ha de ser impuesto al conjunto del pueblo? ¿No es, ciertamente peculiar?

Bueno... Pues ya ven. Les dejo deberes para el verano. Ya me contarán... Se trata, como siempre, de avanzar, reflexionar sobre qué tipo de sociedad queremos y poco más... A partir de ahí, ya saben, Hegel puro... Ideas o tesis, su refutación o antítesis y nueva síntesis para aprender y mejorar, en un clima de empatía y respeto a todas las lógicas.