Buenos días! Uppss, amenazan las altas temperaturas estos días. Se acabó lo que se daba, y comienza el secano, la canícula, el núcleo duro -o parte de él- de este estío en el que estamos inmersos ya. ¿Dónde quedan el frescor y la brisa al lado del mar? Ojalá la cosa no vaya a mucho más...

En fin, que aquí me tienen, dispuesto a ir a la playa, pero solo a ratos y a primera o a última hora, evitando las aglomeraciones y los momentos más duros de tal impenitente solana, sin demasiada oportunidad de hacer deporte al aire libre, y suspirando por alguna llovizna que me dé un poco de respiro. Aunque, bien visto, somos afortunados. Me llegan crónicas estos días de lugares como la idílica Toscana, donde se achicharran ya a fuego lento... ¡Horror!

Son días en los que quizá algunos de ustedes estén de vacaciones ya. Se las deseo bien floridas, bonitas y fructíferas, que para eso son los días de descanso. Aunque yo, y aquí entro en el tema que les propongo hoy, siempre he sido más de trabajar en cosas que me gustan, evitando diferencias entre días-rutina y días-solaz, y apostando por una labor más continuada que me agrade y dé un sentido a aquello que hago para ganarme la vida. Obviamente, esto ha tenido muchas veces una contrapartida en términos pecuniarios, por ejemplo, o, sobre todo, de seguridad. Así, hay quien apuesta por un trabajo de esos seguros y para toda la vida, aunque sea poniendo el mismo cuño en idéntico formulario siempre, y quien, como yo, hemos querido dotar de cierto sentido, evolución y gusto personal a aquello a lo que nos dedicamos. Les aseguro que no es fácil, no, y que incluso el riesgo de quedarse un tanto tirado se transforma, a veces, en realidad. Pero claro, lo bueno, bonito y seguro, evidentemente, o no existe o es difícil de alcanzar.

Con todo, dejo preparada la cuestión para hacerles mi habitual pregunta abierta... ¿Amas lo que haces? Yo, rompiendo el hielo, les diré que muchas veces he estado realmente satisfecho con aquello que constituyó mi actividad laboral. Ni todos los días son iguales, claro, ni he estado exento de tensiones, problemas y sinsabores. Pero, en media, sí que el balance que hago cuando miro veintialgunos años atrás, es positivo en tales términos. Hasta hoy -y les confieso que aún no sé realmente qué quiero ser de mayor- les puedo asegurar que he disfrutado trabajando.

Y, ¿qué me dicen ustedes? Lo cierto es que dedicamos a trabajar una parte importantísima de nuestra existencia. Y si lo que realizamos verdaderamente no nos satisface, entramos en una órbita bipolar de tiempo dedicado solo a generar recursos, sin satisfacción alguna, y tiempo para disfrutarlos, en la medida de lo posible. Lo ideal, desde mi punto de vista y tal como les decía antes, es poder combinar un cierto grado de disfrute y tal desempeño profesional. Esto, que entiendo en general es más realista en empleos más cualificados, creo que puede ser sin embargo extendido a muchos ámbitos del abanico profesional. Soy de los que piensan que esa es una de las piedras angulares del éxito personal, medido en términos de percepción de felicidad. Pero, por cierto, sin pasarse. Cultivando también la esfera personal, no vaya a ser que ese trabajo que amas lo llene todo en tu vida, de forma que cuando te jubilas o tienes que salir, por lo que sea, de él, te quedes absolutamente noqueado.

Yo creo que las personas que aman lo que hacen transmiten tal circunstancia a los demas traducida en un excelente desempeño y una mejor disposición. Conozco a responsables de sala o camareros que miman cada detalle de lo que hacen, a profesores de tal guisa, y también a conductores de autobús, que más que llevar un trasto con notable inercia y, en otras manos, bastante brusco, parece que mecieran una pluma en la carretera. Abordar con amor, gusto y satisfacción lo que haces para ganarte la vida no cae en saco roto, y los demás lo perciben. Si es así, tienes muchas más posibilidades de que tu trabajo sea realmente bueno.

En cambio, cuando trabajas de mala gana -y hoy hay muchos trabajos en los que por las condiciones de todo tipo no me extraña que esto sea así-, también se nota. Te conviertes en un autómata, en un personaje rutinario, o te quedas sin música. Yo nunca he soportado trabajar sin música, y no me estoy refiriendo a música real, ya me entienden. Estoy hablando de sensaciones, sentimientos, empatía y valores... Estoy hablando de ilusión.

Ya me contarán si aman lo que hacen. Sé que todos somos un poco cobardes, yo el primero. Pero, hablando con personas muy mayores que miran la vida solo casi en clave retrospectiva, me expresan que uno siempre se arrepiente al final de aquello que nunca se atrevió a hacer, y no de lo que sí hizo. Eso, que también aprendí en situaciones límite hace años en algún voluntariado verdaderamente duro y apasionante, me marcó. Y sí, soy de los que creen que si algo no te satisface, debes hacer borrón y cuenta nueva. ¿Y saben por qué? Porque la vida dura dos telediarios , y uno nunca sabe cuándo está finalizando su oportunidad...

¡Váyanme por la sombra! Que esto se pone feo, en grados centígrados...