Que Sáenz de Santamaría reciba 21.500 votos y Casado 19.900, en torno al 5% del voto de los 800.000 afiliados que decía tener el PP, invalida las rotundas conclusiones de los analistas sobre lo que el PP quiere o deja de querer. Las primarias del PP, 58.000 votantes de los 66.000 inscritos, han sido un fracaso sin paliativos porque ese procedimiento no está en la tradición de un partido que sin ellas ha ganado repetidamente elecciones generales, autonómicas y locales con amplias mayorías. Eso es lo importante para un partido y para sus votantes, y eso lo ha conseguido el PP con el procedimiento del dedazo unas veces, el de Fraga o el de Aznar, y otras designando a su líder en congresos bien trabajados. Como lo hacían el PSOE, el PNV o CiU. Ahora, al renunciar Rajoy al dedazo, el partido ha recurrido a las primarias y el completo fracaso cosechado tendrá que ser enmendado por los compromisarios, es decir, el aparato, los notables, los dirigentes. Ellos serán quienes en el cercano congreso extraordinario, caliente como todos lo son, resolverán el importante asunto del liderazgo del PP para el que las primarias se han demostrado inservibles. Como no me gustan las apuestas y desconozco las interioridades del partido me limito a emitir una opinión basada en lo que todos conocen, aunque, obviamente no todos comparten. Sáenz de Santamaría ha sido la vicepresidenta de un gobierno en minoría y acosado por la izquierda, la ultraderecha y los nacionalismos, que ha resuelto con notable los dos asuntos graves de los últimos años, la crisis económica y el inaceptable reto independentista. Un positivo bagaje para liderar al PP, mayoritario en escaños y votos, y conseguir su recuperación como gran fuerza del centro derecha capaz de articular la representación de grandes mayorías sociales que es el modo de afianzar la democracia. En todo caso, lo que importa es que el PP salga unido bajo el liderazgo de la una o del otro para reconstruir, en compañía de C´s, o mejor en solitario, el gran bloque del centro derecha.

Como sería importante que el PSOE pudiera, en compañía de otro o mejor en solitario, reconstruir el gran bloque del centro izquierda. Ocurre, sin embargo, que la complicada reconstrucción del centro izquierda no parece estar al alcance de Sánchez y sus 84 diputados. Escribí la semana pasada que Iglesias y los independentistas no perderán ocasión de dejar a Sánchez colgado de la brocha. Torra lo hizo con sus inaceptables intervenciones en Tarragona ante el jefe del Estado y sobre España en Washington y ayer el parlamento catalán reiteró la declaración 1/XI de 2015 sobre la independencia de Cataluña, anulada por el TC. Todo un detalle de Torra antes de su visita a Moncloa y un motivo más para suspenderla que Sánchez ha ignorado. El presidente del gobierno y dirigente máximo del PSOE, está convencido y lo manifiesta de que Rajoy y su gobierno son responsables de la fractura social en Cataluña y por eso quiere "desinflamar las relaciones" con los independentistas. No es un buen comienzo aunque sean sólo palabras porque algo de ellas, el tono, el gesto, la ocasión y el contenido, quedan siempre y producen efectos. El independentismo ve debilidad del Estado en lo que Sánchez ve, como Zapatero, obligada muestra de talante democrático. Torpe comienzo si sólo se trata de palabras y algo mucho peor si en la visita Sánchez anuncia a Torra medidas económicas, traspaso de competencias o retirada de recursos contra leyes catalanas. El procés se ha desinflado y a sus directores les espera el banquillo. Sobran sonrisas y atenciones y sobran anuncios que evidencian, obviamente, debilidad y desigualdad de trato. Acierta, en cambio, Sánchez al recurrir la declaración del parlamento catalán. Rajoy lo hacía y le acusaban de judicializar el conflicto.