Señoras y señores, hola. Aquí seguimos, de guardia permanente ante la actualidad, tratando de discernir con cierto criterio en medio de montañas cada vez más ingentes de información de consumo, tuits poco fundamentados y otras formas posmodernas de comunicación, de estas con las que no deja de sorprendernos el siglo XXI. Una etapa global, en la que lo mismo pueden seguir ustedes un Mundial de fútbol en Rusia que el rescate de doce adolescentes y su entrenador en una cueva en Tailandia. Información, entendida como disponibilidad en tiempo real de un enorme número de piezas de actualidad, no falta. Otra cosa es cómo nos llegue esta y, sobre todo, la propia finalidad de su creación y tratamiento. Con todo, soy de los que piensan que no hemos de perder nuestro sentido crítico cuando nos asomamos a tales ventanas de la actualidad, precisamente para, a partir de ahí, ser capaces de emitir nuestro propio veredicto, fundamentado y, por supuesto, complementado, apoyado y cotejado con lo que digan otros.

En tal sentido me referiré en esta columna, precisamente, a la odisea vivida por los chicos tailandeses del equipo Jabalíes Salvajes. Un episodio luctuoso, en el que ha muerto una persona y se ha puesto en peligro la vida de muchas otras, en el que creo que el tratamiento mediático no ha sido o no está siendo exactamente el idóneo.

Miren, les cuento rápidamente... Soy socio de la Sociedad de Montaña Ártabros desde el año 1989 o 1990. Tuve el honor de ser Presidente de la misma cuatro años, y me consta que son muchos los coruñeses o coruñesas que conocieron los entresijos de los Picos de Europa, O Pindo, Pena Trevinca, Os Ancares, O Caurel o Peña Ubiña, por poner algunos ejemplos, con nosotros. Corrían otros tiempos, en los que te hacías cargo de un grupo y de la responsabilidad de la monitoría de una actividad con experiencia en la disciplina y la zona elegida, pero sin una titulación específica y, eso sí, con muchas ganas y mucha voluntad, pero nada más. Bueno, sí, con un seguro de responsabilidad civil con el que el Club podría hacer frente a aquellas eventualidades que se pudieran producir...

Así las cosas, nos cuidábamos mucho de pecar de prudentes ante cualquier posible problema, y les puedo asegurar que yo jamás tuve accidente alguno en lo que fueron muchas, pero que muchas docenas de salidas al monte con grupos de todos los tamaños, de personas de muy diferente edad y condición física. Miento, una vez me caí yo en O Pindo, en las inmediaciones del Peñafiel, en el canal que discurre manteniendo el nivel del agua de la presa para tirarla luego y producir electricidad en la desembocadura del Xallas, allá donde se produce el maravilloso y conocido espectáculo en Ézaro. Fue una caída de muchos metros, motivada por un resbalón en una laja de piedra con verdín que pisé por un malentendido en la comunicación por radio con un grupo que iba en cabeza. La caída, aunque aparatosa, no tuvo más consecuencias, afortunadamente, que la de quedarme bastante dolorido en espalda y piernas un par de semanas. Accidentes siempre puede haber, y soy consciente de que, a posteriori, tuvieron lugar al menos dos de importancia, que afectaron a personas que conocía, en algún caso con consecuencias trágicas. Pero jamás podrá decirse que los mismos tuvieron lugar a partir de un error garrafal o una negligencia manifiesta en el planteamiento de una excursión, sino a hechos mucho más puntuales y aislados.

En cualquier caso, ni a los que hacíamos travesía en montaña, o escalada en roca o en hielo se nos hubiera ocurrido arriesgar planteando una actividad fuera de unos estrictos límites de seguridad. Y, mucho más exagerados en ello que nosotros, todavía, eran nuestros compañeros de "espeleo". Algunos de ellos eran especialistas en espeleorescate y, aún así, era difícil que accediesen a que les acompañases a ciertos lugares, más allá de la parte más visitable del Rei Cintolo, por lo que pudiese ocurrir. Y creo que, por lo que pude conocer, tal procedimiento es común a la generalidad de los espeleólogos y practicantes de esa apasionante, arriesgada y técnicamente compleja modalidad que es el espeleobuceo.

Creo que lo ocurrido con la actividad que, a la postre, causó el problema en Tham Luang es exactamente lo opuesto a lo descrito. Que doce chavales entre once y diecisiete años y su entrenador se metan en una cueva para celebrar un cumpleaños, sin mayor equipamiento o experiencia, sin saber nadar y tratándose de una cavidad en la que se ha constatado que la actividad hídrica es intensa, violenta y cambiante durante la temporada de lluvias, es absolutamente increíble. Ciertamente, ¿en qué estaban pensando? Y, teniendo en cuenta la edad de todos los chicos, que les exime de tal responsabilidad, ¿en qué estaba pensando el entrenador asistente, único adulto al cargo? Y es que las consecuencias de sus decisiones han sido trágicas: un buceador muerto -ni más ni menos- y la posibilidad de que la cuestión hubiera sido mucho peor aún.

No se trata de lastimar ni demonizar nada ni a nadie... Por eso sorprende lo que se nos está contando, tiñendo de rosa y de espectáculo mediático una noticia que tiene que ver, únicamente, con irresponsabilidad y con mala praxis. Con unos costes importantes para un rescate en el que han intervenido medios aéreos, terrestres, acuáticos y profesionales de diferentes países y, reitero, donde uno de los especialistas ya no podrá volver a casa. Por eso, desde mi punto de vista, y ahora que los chavales y su entrenador ya están felizmente fuera, lo digo alto y claro: lo ocurrido ha sido una barbaridad. Por favor, tratémoslo como tal, sin difundir la idea de que puedes hacer lo que te dé la gana, que la sociedad se plegará luego a ti y hasta te harás famoso... No se puede tratar como héroe a quien realmente es lo contrario. Me iban a invitar a mí a la final del fútbol, sí, si hubiese decidido realizar una ascensión al helado Peña Ubiña sin piolet ni crampones y con condiciones adversas con un grupo de cien chavales coruñeses...