Buenos días! 21 de julio. a poco más de una semana para terminar el mes. No sé si agosto, una vez que llegue, será un poco menos intenso, pero lo cierto es que julio ha venido verdaderamente cargado de temas de actualidad.

Hoy les propongo hablar de los planes del nuevo Gobierno de España en relación con el diésel, con los motores de combustión interna alimentados por gasóleo, a los que parece que se ha declarado la guerra desde el Ministerio para la Transición Ecológica. En esta columna me gustaría referirme a algunos aspectos relacionados con ello, porque me parece que lo que se está comunicando sobre el tema -incluyendo a las fuentes gubernamentales- contiene algunas inexactitudes.

Miren, cuando analizamos la contaminación derivada de un proceso químico, hemos de centrar bien a qué estamos refiriéndonos. Los motores que utilizan derivados del petróleo emiten, como productos de la combustión, dióxido de carbono, óxidos de nitrógeno y partículas sólidas de determinado tamaño. Decir, en conjunto, que un motor es más contaminante que otro, es inexacto. Hay que matizarlo, explicando, en particular, si nos estamos refiriendo a determinadas consecuencias medioambientales, de salud pública o a los gases de efecto invernadero.

Así las cosas, sin entrar en detalles que ahora serían prolijos y que están a su disposición en muy abundantes artículos especializados, no cabe hablar en absoluto de que, entre las tecnologías que tienen como base la combustión de derivados del petróleo, unas sean más contaminantes que otras, sin más matiz. Depende de a qué nos estemos refiriendo. Pero depende, además, de cuál sea el motor concreto que analizamos. Porque hoy, ténganlo claro, existen algunos motores diésel que, desde todos los puntos de vista, son menos nocivos para el entorno que otros que utilizan gasolina.

Miren, les contaré mi experiencia. Yo, en esta última etapa de dos años, he realizado un mínimo de ciento setenta a doscientos diez kilómetros diarios, por vías de alta capacidad. Y, concienciado con el medio ambiente y buscando también un gasto sensiblemente menor, busqué diferentes alternativas de vehículo eléctrico. Obvio decir que el híbrido ya ni lo consideré, ya que estamos hablando de recorridos siempre en carretera y autopista, con velocidades altas. Me interesé por el coche eléctrico, pero fueron comerciales empáticos y responsables de diferentes marcas -no todo es vender- los que me lo sacaron de la cabeza: no me aseguraban que pudiera ir y volver cada día, a alta velocidad y en cualquier condición climatológica, de casa al destino. Hoy no es posible, ni siquiera al principio. Y luego, al cabo de un tiempo -por el deterioro de las baterías- aún mucho peor.

Con todo, me dediqué entonces a buscar una solución lo más ecológica posible, lo más eficiente y muy fiable. Y fíjense ustedes que mi marca de los últimos quince años, que no se ha atrevido a meterse aún en el mercado eléctrico, disponía del primer motor Diesel homologado según la normativa Euro 6-d TEMP Un coche de gasóleo, sí, pero cuyas emisiones son sensiblemente menores que las de muchos gasolina. Por una parte, por su altísima eficiencia y sorprendentemente bajo consumo. Y, por otra, por una cuidadosa tecnología que incinera en aceite las partículas provenientes de la combustión diésel, embebiéndolas de esa forma y no expulsándolas al exterior. Un coche con prestaciones muy razonables, diésel, pero mucho menos contaminante.

Hete aquí que yo, pues, a pesar de haberme interesado por el eléctrico, y estando convencido de pagar un sobreprecio inicial por ello, en un país donde los incentivos oficiales para tales tecnologías son pírricos, finalmente me decanté por el diésel una vez más. Pero algo chirriaba en mi interior, ya que no las tenía todas conmigo sobre la evolución de impuestos y otras fórmulas para desincentivar esta tecnología. En el último minuto, decidí que, siendo este coche mucho menos contaminante que otros, esto no le afectaría, entendiendo que las autoridades encargadas de tal materia serían conscientes de ello, y quizá se encargarían de gravar los impuestos de los coches diésel de una determinada antigüedad -vía impuestos anuales sobre vehículos de tracción mecánica- pero no al combustible y, con ello, al conjunto de sus usuarios...

Pero ya ven... Parece que me equivoqué. Habiendo gastado más en un coche mucho más limpio que la mayoría de los de su competencia, al final parece que se impondrá un gasóleo más caro para todos, con el pretexto de que el mismo es más contaminante. No es verdad. Yo pagaré más por el diésel, pero compartiré las mismas vías que otros coches -gasolina o diésel- que contaminan muchísimo más que el mío. Y, mientras, lo más paradójico es que seguiré esperando por un coche eléctrico con más autonomía, que no llega ni lo hará en un muy corto plazo, seguramente también por el interés de las marcas en explotar ahora la inversión hecha en la búsqueda de tecnologías como la de este Diesel de nueva generación, enésima expresión de la fiabilidad y la eficiencia, producto de muchos años de costosa investigación.

Al final, compuesto y sin novia. Pagando más por el diésel, con un coche menos contaminante y más caro, y sin que tampoco exista un coche eléctrico que satisfaga necesidades como las mías. C'est la vie...