El PP ha afrontado un difícil congreso de sucesión. Había perdido el poder por la Gürtel (corrupción admitida por un tribunal). Un fuerte golpe moral. La sucesión se ha dirimido a través de unas primarias -algo sin precedentes- diseñadas para que venciera el candidato designado desde el poder. No ha sido así porque Rajoy no ha querido imponer y quizás no lo podía hacer porque ya no tenía todos los botones del mando. Finalmente es la primera vez que el PP, va a tener que competir -desde la oposición- con otro partido, Cs, por el voto del centro-derecha y la derecha. Hasta ahora en ese campo tenía el monopolio.

¿Cómo ha salido el PP de la prueba del congreso y el poscongreso? Ni bien, ni mal. Solo a medias. Es todavía pronto para juzgar, pero todo apunta a una cierta mediocridad. Casado quiere hacer recuperar -entre los militantes y electores- el orgullo del PP. Es lógico e inteligente. Pero proclamar -en la clausura del congreso y el jueves en Barcelona- que "el PP ha vuelto" parece contraindicado. El PP ha gobernado desde el 2012 y la frase no puede dejar de ser percibida como una reprimida decepción (el error en la palabra que para Freud indicaba una frustración) con esa etapa. En especial cuando a eso se une una confesada nostalgia del aznarismo y de una derecha más desacomplejada.

Y cuando en un partido no hay una indiscutible autoridad moral o fáctica surgen inevitable y espontáneamente las corrientes. En la votación entre militantes ganó Soraya por un 37% contra un 34% de Casado y un 25% de Cospedal (el resto, incluido Margallo era puro folclore). Luego entre los compromisarios ganó Casado con un 57% contra un 43% de Soraya. Para que estas tendencias no cristalizaran en corrientes enfrentadas habría hecho falta más cintura -y apertura mental- que la demostrada por Casado.

El sorayismo pidió un 43% de la dirección (pocas ganas de sumisión) y Casado solo supo apelar a una autoridad poco reconocida. Soraya no es la izquierda del partido (como leí el jueves en El Mundo), pero sí la apuesta por continuar un conservadurismo más basado en la prudencia que en el dogma y por un tímido centrismo al que se llega más por pragmatismo que por convicción. Es lo que Rajoy en su discurso de despedida -a leer en perspectiva- vino a definir como gobernar en función de las circunstancias y para mucha gente y sin esclavitud a recetas precocinadas. Soraya no levantaba tanto una bandera política (lo del abanico con la banderita fue infantil) como una práctica de gobierno con un buen balance en la economía. Las cifras de empleo de la EPA del segundo trimestre están ahí.

Y ahora el sorayismo, alimentado por la incapacidad de Casado de incorporarlo o desintegrarlo (los fichajes sorayistas tienen poco relieve cualitativo), está cristalizando en una tendencia organizada aunque Casado -negando la evidencia- proclame que las corrientes no existen.

Frente al sorayismo, la coalición tejida por Casado tiene menos consistencia. El casadismo es la unión de un grupo de jóvenes con ambición y deseo de renovación (ganas de escalar rápido) con la derecha más musculada ( aznarismo, grupos ligados a un catolicismo poco abierto?). Pero con eso el casadismo no tuvo suficiente para ganar el congreso. Tuvo que lograr también el apoyo de poderes fácticos del PP, enemistados, rebotados o recelosos con Soraya, como la antigua secretaria general, Dolores de Cospedal, y el presidente gallego, Alberto Núñez Feijóo.

Y esta coalición -la suma de los votos de Casado y Cospedal en la votación entre los militantes- es la que ha tomado el poder. Los tres primeros puestos -Casado más Teodoro Garcia Egea, su director de campaña y ahora secretario general, y Javier Maroto, exalcalde de Vitoria y con gran capacidad de comunicación- son el eje del poder. Tienen menos glamour que el trío Rajoy-Soraya-Cospedal que dirigió el gobierno y el partido los últimos años, pero acaban de empezar. Nos pueden sorprender. Para bien? pero también para mal.

Y los nombres impuestos por Cospedal no dan demasiado brillo. La nueva portavoz parlamentaria, Dolores de Montserrat, es una joven y trabajadora política, hija de una veterana del PP catalán, pero que carece de la experiencia y las habilidades teatrales del hasta ahora portavoz Rafael Hernando. ¿Podrá competir con las punzantes Adriana Lastra (socialista) e Irene Montero (Podemos) y con el aguerrido Juan Carlos Girauta (Cs)?

Respecto a los exministros del Interior y de Justicia, Juan Ignacio Zoido y Rafael Catalá, no se puede decir que sean emblemas de la de la renovación o del aggionamento.

En conjunto el nuevo equipo parece derechista -eso sí- pero limitado. Casado tiene empatía y capacidad de comunicar (en esto puede competir con Rivera), pero no se sabe si la suficiente solidez, empezando por su curriculum académico. Y hay quien piensa que si al PP las municipales o las legislativas (no se sabe cuáles serán antes) le van mal, Casado puede quedar quemado. Soraya y Núñez Feijóo lo deben tener presente.