Sánchez presentó la moción de censura convencido de poderse aprovechar de la bonanza de la economía a cuyo logro en nada contribuyó, dedicándose por el contrario a criticar ásperamente al equipo de Rajoy que se esforzó en procurarla. Las cifras de empleo conocidas este jueves y referidas al primer semestre del año 2018 han evidenciado que su cálculo era acertado y que las medidas que él duramente criticó están dando sus frutos. Sánchez pensaba terminar con los ajustes aprobando un aumento considerable del gasto público para contento del personal ocupado en su día a día y desatento al futuro. Pero resulta que Sánchez no vio aprobado el techo de gasto con el que dispondría de 6.000 millones a sumar a los 5.000 autorizados por Bruselas. Contaba con esos 11.000 millones para cultivar votos con vistas a 2020 y ahora se verá en muy serias dificultades para aprobar los Presupuestos de 2019 y obligado a prorrogar los de 2018 que son, como sabemos, los Presupuestos de Montoro aprobados en abril y, recuérdese, fuertemente denostados por los socialistas. Solo con más concesiones a independentistas y Podemos podrá salvar el obstáculo que el viernes le pusieron ellos mismos con su abstención. Si no lo consigue se verá obligado a un ajuste de aquella cantidad y aunque siempre queda el recurso de culpar a PP y C´s, el caso es que Sánchez empieza a percibir lo difícil que es gobernar con 84 escaños y con unos socios de investidura en absoluto fiables. No hay que dejar caer en el olvido aquella moción de censura formalmente ajustada a la aritmética pero por completo alejada del sentido y la finalidad que el mecanismo parlamentario tiene que no es otro que el de construir un gobierno estable. Por eso y no por capricho se llama moción de censura constructiva. El desprecio de esta finalidad es el origen de todo lo que se empieza a vivir y de lo que vendrá. El revés a propósito del techo de gasto es la última consecuencia que se suma al apresurado reparto del botín evidenciado en nombramientos sin fundamento, con casos de nepotismo y falta de consenso como escribía atinadamente en El País Garicano, responsable de economía de C´s. Sánchez ha dispuesto a su exclusivo antojo de puestos de la relevancia de Paradores, CIS, Instituto Cervantes, AENA, Red Eléctrica y otros.

Completa Sánchez sus malos comienzos con su inaceptable planteamiento de las relaciones con la Generalitat catalana. Puigdemont desde Bélgica no pierde ocasión de proclamar sus objetivos. No pueden tomarse a broma porque aunque nos resulten disparatados propagan en Europa una opinión sobre la democracia española que en nada nos favorece. Torra y los dirigentes independentistas reiteran a diario su actitud y sus discursos. No les importa que un juez prohíba un día la exhibición de símbolos partidistas en los ayuntamientos y lugares públicos y que al siguiente otro tribunal obligue a reconocer a una asociación de estudiantes no nacionalistas rechazada y discriminada por las autoridades universitarias catalanas. No les importa que Arrimadas sea acosada e insultada. La Generalitat independentista sigue en su juego de forzar la legalidad hasta romperla que es en lo que consiste el procés desde el principio. Y frente a eso ofrece Sánchez diálogo, reformas constitucionales, puentes, dinero y bilateralidad. El problema del independentismo tampoco se puede dejar caer en el olvido que es lo que Sánchez y sus apoyos en la censura pretenden a toda costa. Es lógico que el nuevo líder del PP lo retenga como el primer problema de España. No es una obsesión aznarista como quieren presentarlo quienes comprenden y comparten sin dificultad, con proximidad o con pasión las identidades territoriales pero analizan con distancia o rechazan con vehemencia la identidad española. Casado hace bien en subrayarlo.