Los diez problemas que los españoles perciben como más graves son los siguientes y por este orden: El paro, la corrupción, el fracaso de la política y los políticos, la economía, la sanidad, la precariedad laboral, las pensiones, la educación, los problemas sociales y el conflicto catalán. Si además pensamos en los de la Justicia, en la desigualdad entre el hombre y la mujer y la violencia machista, en la falta de perspectivas para la juventud o en el parón de la investigación, creo que problemas que arreglar tenemos para dar y tomar.

Naturalmente las causas de estos problemas son múltiples y complejas, pero entre ellas es seguro que están las políticas que han desarrollado nuestros gobernantes y que han fracasado estrepitosamente. Muy en concreto, el agravamiento de estos problemas o el que no se hayan dado respuestas efectivas se puede y debe achacar con toda justicia y rigor, en la parte que les toca, a quienes ostentaron el poder en los últimos años, es decir, al PP. La gota que colmó el vaso para echarlos del Gobierno ha sido la corrupción, pero los citados problemas han sido los que crearon la tensión superficial al borde. Esto lastra la recuperación del PP y de la derecha en general, por lo que Casado ha decidido, antes de nada, recuperar bajo su liderazgo a toda la vieja derecha, incluida la más cavernícola, y por ello compite con Albert Ribera. En esta lucha Casado no duda en presentar la inmigración, no como un problema, que puede causarlos si no se trata bien, sino como él problema, el gran problema del país. Algo que la población no siente como tal y que objetivamente no lo es, pero que sirve para difuminar los problemas reales sobre los que el PP y la derecha sí tienen responsabilidad, y no repara en hacerlo con la niebla del miedo y la mentira. Albert Ribera ya picó el anzuelo porque también teme que se le escape esa derecha radical.

No sé si Casado o Ribera, en su fuero interno, comulgan con la extrema derecha, pero lo cierto es que no dudan en aplicar su estrategia de inventarse enemigos, fomentar el rechazo, si no el odio, a los supuestamente otros y utilizar a fondo el miedo, despreciando el riesgo de violencia que conlleva. Este es, y ha sido ya en el pasado de Europa, el camino del infierno.