La reforma de la Constitución es un asunto recurrente casi desde su aprobación hace cuarenta años. Primero le tocó al Senado que sigue en todas las apuestas pero sin que nadie tenga verdadero interés en reformarlo ni en suprimirlo. Luego vinieron los proyectos que afectaban al Título II, la Corona, bien para suprimirlo entero, en ello perseveran los republicanos, bien para resolver la cuestión sucesoria suprimiendo la primacía del varón y dejando en pié otra primacía, la de la primogenitura. La solución, coyuntural la aportó la biología y doña Leonor, la princesa de Asturias, facilita el aparcar esta reforma constitucional por muchos años. Otras reformas atinentes a la organización territorial y a la novedad, ya no, de nuestra pertenencia a la UE desde 1986, circularon hace décadas pero nada hubo al respecto. Los socialistas mantienen viva, pero sin vida, su propuesta de reforma federal de la CE que desempolvan cada tanto con apoyo de ilustres académicos pero faltos de apoyos parlamentarios que, como se sabe, han de ser muy numerosos si la reforma quiere llegar a buen puerto. Sólo dos pequeñas reformas, de resultas de la pertenencia a la UE, tuvieron lugar en cuarenta años, la del artículo 13.2, sufragio pasivo de ciudadanos de la UE en elecciones locales y la del 135, estabilidad presupuestaria. La vicepresidenta Calvo ha propuesto ahora una reforma inclusiva de la CE en la que, mediante muchos añadidos, se visibilice con diafanidad que las mujeres son sujetos en la vida pública española en lugar de quedar ocultas bajo denominaciones masculinas. Ya en el Preámbulo habría que añadir junto a los españoles a las españolas para no discriminarlas al amparo del principio de economía lingüística que preside nuestra lengua desde siempre. Si ustedes no tienen nada mejor que hacer relean la CE y anoten la cantidad de inclusiones que habría que hacer para aprobar el proyecto de Calvo. Sólo en el Título Preliminar hay cinco innovaciones, españolas, dos, ciudadanas, dos, trabajadoras una y en el artículo 9.2 se añadiría individua que es palabra, cuando menos, nada elegante. En el Título I, sobre derechos y libertades, las modificaciones son cuantiosas. Españolas, todas, ciudadanas, extranjeras, privada, detenida, abogada, condenada, sancionada, funcionarias, trabajadoras, empresarias, profesoras, madres, hijas, niñas, disminuidas, consumidoras, usuarias, Defensora del Pueblo. En el Título II las inclusiones son bastante laboriosas: Jefa del Estado, Princesa heredera, tutora, embajadoras, Presidenta del Gobierno, Ministras, Presidenta del Congreso, candidata. Y por lo que hace a los títulos correspondientes a los tres poderes del Estado la lista de inclusiones es todo menos breve. Diputadas, Senadoras, parlamentarias, electoras, elegidas, magistradas, juezas, fiscalas y otros muchos ya citados para títulos anteriores. No sigo porque aún en verano hay cosas más entretenidas que contar los cambios necesarios para dar satisfacción a la vicepresidenta. Son muchos los cambios y no pocas las dudas lingüísticas que me surgen y que no soy capaz de resolver. Prueben ustedes.

La propuesta de la vicepresidenta no es para tomarla a broma y no porque vaya a llevarse a cabo que no se llevará, sino porque revela un tratamiento frívolo y oportunista de dos asuntos sumamente serios, la discriminación de la mujer que en nada se reduce con los cambios que propone Calvo y la reforma constitucional que debe tener por objeto cuestiones de máxima relevancia y complejidad. Tómese, pues, su propuesta como un pasatiempo para este agosto hirviente y nada más.