En tiempos en que la cocina ya no representa lo que es, sino lo que dicen que es, debemos potenciar la nuestra, la gallega, y no olvidarnos de la tortilla que luce como el sol en los fogones tradicionales. En tiempos en que la "cocina global" con sus variantes de "cocina de fusión", "cocina de autor", "cocina molecular" y sus novedades "aire de zanahoria", "vaporización", etc., debemos estar atentos a las aplicaciones de conocimientos físico-químicos que consiguen, por ejemplo, dejar la yema maleable. Cunqueiro, que no era ningún "vendedor de humo", aconsejaba elegir nuestros platos con imaginación, bajo la premisa de "oler, probar y sentir". Como política y gastronomía van de la mano, en esta época en la que en Galicia prima el Eje Atlántico, hemos de asegurar el buen comer, afición siempre relacionada con todas las Ciencias y todos los estamentos sociales. Eça de Queirós, figura insigne de la literatura lusa, afirmaba que la cocina revela el genio de la raza, por eso, a la hora de propugnar estructuras para el Eje Atlántico, debiera tenerse en cuenta que el vector de la relación galaico-portuguesa sería oportuno establecerla a través del fogón. La lamprea, por ejemplo, bien "acucada" es un plato especial en las dos riberas del Miño y, en Oporto, como aquí, además del bacalao, los caldos han sido elevados a la categoría de obra maestra, manjares siempre acompañados por el vino de la tierra, que pone la nota humana y generosa. El Albariño, uno de los mejores vinos de Occidente, vino que va al corazón, que favorece la intimidad, debiera ser uno de los pilares del Eje Atlántico.

Otrosí digo

No debemos olvidarnos de los caldos de la comarca lusa del Monzón, ni del vino de Oporto, esencial para el aperitivo, para la conversación holgada. Con su fondo de regaliz, es la blandicie del ron, un ron que no quiso ser ron y se quedó en vino cuando iba para licor.