Tengan ustedes un muy buen miércoles! 8 del 8 del 18 ya, y esto sigue viento en popa. Hemos superado esos días duros de fuerte calor, y por mi parte, que no vengan más. Sí, sí, respeto lo que ustedes me digan, pero les aseguro que la mitad de los que piden sol a porrillo y sin restricciones ha terminado confesándome últimamente que, en realidad, preferirían los días -y, sobre todo, las noches- un poco o bastante más fresquitos. Si es que al final...

El caso es que siguen acumulándoseme los temas en la retentiva. Tengo pendiente reflexionar con ustedes sobre la querencia, ese sentimiento tan profundo que nos lleva a hacer casi cualquier cosa por poseer el objeto que anhelamos, sea un Jaguar de dudosa procedencia en el garaje o un título de máster sobre alguna materia de la que no tenemos mayor dominio. Pero démosle tiempo al tiempo.... Aunque, en el fondo, el tema que he elegido para hoy tiene algo en común con todo ello. Hoy quiero hablarles del desfase, de esa suerte de postura vital de tantos que tanta ansiedad, problemas y accidentes genera. Un desfase que llegó hace tiempo para instalarse, de largo, entre nosotros... Un desfase, a la postre, relacionado con la querencia, con las frustraciones personales y, sobre todo, con el omnipresente aburrimiento en esta sociedad posmoderna y líquida, propia del siglo XXI.

Miren, un pequeño repaso a las crónicas correspondientes a festivales como el reciente Albariño o el mítico Celta de Ortigueira sirve para ver muchas de las consecuencias de tal desfase, planteado como filosofía por una cierta parte de los asistentes. Son los mismos que acuden a la Fiesta del Agua de Vilagarcía, a la jira fluvial de Os Caneiros, o a cualquier otro lugar donde berrear sin límite, beber todo el alcohol posible aún con menos prudencia o fumar hachís o marihuana hasta la extenuación sean los códigos usuales. Una verdadera pena.

Porque no seré yo, queridos amigos, quien hable de los límites de la conducta. Cada uno que haga lo que le dé la gana. Pero, y he aquí la diferencia, respetando. Mimando al de al lado, que es fundamental siempre, le conozcas o no, cuidando el medio que nos acoge y soporte y tratando de que tu particular fiesta no suponga un infierno para otros seres humanos. Todo ello no se hace, en buena medida, en muchas de estas fiestas a las que aludo y muchas más. Y aunque me refiera, únicamente, a una parte relativamente pequeña de los asistentes, a menudo hacen suficiente ruido y estropean tanto el conjunto como para aguarle la jornada a todos los demás.

Es la cultura del desfase. De plantear el presente "como si no hubiera un mañana", frase que tanto daño hace a la hora de planificar un ocio emocionalmente sostenible, y no un mero conjunto de picos, crestas alucinantes y profundísimos valles, sobre un electroencefalograma un tanto plano. Un desfase no ya narrado en tiempo y hora en infinitas redes sociales, sino que incluso planificado precisamente para eso: para ser contado. Porque hoy, en algunos ambientes, si lo que haces -incluido el caerte redondo después de ingerir y fumar un cóctel explosivo- no sale en las redes, es que no existes.

Frente a esto, el tiempo lento. El saber disfrutar de las pequeñas cosas. El poder apreciar tanto cualquier música clásica como una buena pieza rock o pop, y también ser consciente del silencio. El ser capaz de modular los tiempos y las tradiciones, la innovación y la personalidad de cada uno para quedarse con lo que a uno le apetece, no porque otros lo digan, sino porque te interesa o te atrae más. El poder acudir a un evento, bailar, interactuar o lo que surja, siendo plenamente consciente en cada momento sin necesidad de atiborrarse de químicos que destrozan literalmente nuestra salud y nuestra voluntad...

Hace unos días un grupo de alumnos me dijo "Profe, hoy se sale y vamos a desfasar...". Les miré y les dije "Sobre todo, no me utilicéis el impersonal, porque salir o no salir, o qué entendamos por salir tiene que ser una opción abierta, no seais borregos... Y, a partir de ahí, pensad que todas las neuronas que matéis esta noche por mero aburrimiento os pasarán factura. Se me ocurren muchas más formas de vivir realmente al límite -en el sentido más positivo, emocional y consciente de la expresión- que convirtiendo vuestro ocio en una sucesión de eventos destructivos y veladas con finales a veces horrorosos, simplemente porque los demás también lo hacen...". Como siempre, me miraron con expresión difícilmente catalogable. Yo cumplí, y estoy convencido de que alguno reflexionará a partir de ello sobre qué vida quiere y por qué pero, en conjunto, estoy seguro de que creen que soy un alienígena... Quizá lo sea...