La realidad es ese campo experimental en el que las cosas suceden y, a veces, después se analizan a ver si hemos aprendido algo. Y llevamos ya unos años viviendo un experimento de ésos que decía Eugenio D'Ors que deben hacerse con gaseosa, pero que se está haciendo con todo un país, Gran Bretaña.

Un referéndum plagado de falsedades y mensajes populistas propició a un resultado absurdo, y que incluso los que sabían que era una mala idea y pedían que se votase "no" por el bien del país, hayan acabado por sumarse al despropósito, exiliando a la realidad y a la lógica de la toma de decisiones.

Con el paso de los meses se ha visto, por ejemplo, que la salida del Tratado Euratom pone en peligro la industria nuclear y energética, pero también los tratamientos médicos contra el cáncer; que las aerolíneas están dejando Gran Bretaña para no perder sus capacidades operativas y que no saben quién certificará el correcto mantenimiento de las naves una vez se abandone la Agencia Europea de Seguridad Aérea; las grandes empresas multinacionales se están marchando de Londres y han dejado de incluir en sus tratados comerciales las cláusulas de arbitraje internacional en caso de conflicto que disponían que éstos se resolverían en tribunales británicos; nadie sabe aún cómo se gestionarán los delitos internacionales cuando Reino Unido se desvincule de la Europol y más de dos millones de diabéticos corren el riesgo de quedarse sin la insulina que necesitan para vivir. Se prevé que desaparecerán cientos de miles de empleos, quizá más y todo esto no es más que la punta de un iceberg con cientos de otros ejemplos que tienen algo en común: miles de expertos que llevan años advirtiendo a todo el que quiere oírles y que cada vez que se materializa uno de estos gigantescos problemas tiene que morderse la lengua para no exclamar "Te lo dije!".

El nivel de complejidad de las consecuencias de una decisión como el Brexit es sencillamente abrumador. Pero son muchas las voces que llevan años clamando que es una decisión terriblemente dañina para el país. Mientras los vaticinios se convierten en realidades, cada vez más responsables políticos afirman que no eran conscientes de que las dificultades serían tantas y tan graves. Algunos empiezan a rebelarse frente a su propio partido y alzan la voz por todos esos ciudadanos que pronto estarán en el paro o verán su calidad de vida seriamente mermada. Otros siguen en un estado de negación y huída adelante. Recientemente un diputado contestó a preguntas de un periodista que "dentro de cincuenta años empezaremos a ver que estamos tomando una buena decisión". En el mejor de los casos, mientras tanto, tres generaciones pagarán el precio.

¿Por qué tantos responsables políticos que saben que es un gigantesco error siguen adelante? ¿Por qué se está prescindiendo del conocimiento y la lógica? ¿Por qué los expertos son ignorados?

El Brexit será un caso de estudio en la historia. Un ejemplo radical del riesgo de someter cuestiones increíblemente complejas a procesos participativos en los que priman elementos emocionales y eslóganes superficiales sobre el conocimiento.

Algunos europeístas consideran que esta autodestrucción en la que están inmersos los británicos es la gran oportunidad de Europa de dar, por fin, pasos decididos hacia una mayor unión. Pero yo no acabo de ver en el resto de países esa determinación. Y creo que el Brexit sigue siendo una mala noticia para todos.

Me pregunto con frecuencia cómo podría Gran Bretaña salir del atolladero en el que se ha metido. Fantaseo con un liderazgo que prescindiese del marketing y la estrategia política , y estuviese incluso dispuesto a inmolarse políticamente con tal de hacer lo necesario por el bien de su país. Alguien que se plante frente a vergonzosos discursos populistas y que escuche, entienda y de voz a todos esos expertos que hasta la fecha parecen sufrir el dolor y la frustración de la maldición de Casandra, condenada por Apolo a tener el don de la profecía y conocer las catástrofes que iban a suceder, pero a no ser jamás creída.