Se les saluda, señoras y señores. Nueva actualización de la cotidianeidad, reflejada en esta edición del periódico. Espero sinceramente que estén disfrutando del verano, cuando falta un mes para el advenimiento del otoño. ¿Se han fijado ustedes en lo bonito que, sin desmerecer al verano, es el otoño? Sólo sus frutas -granadas, mandarinas, uvas, higos...- ya valen la pena, sin entrar en la magia de los colores del bosque en tal estación del año... El otoño, no cabe duda, será tan chulo e interesante para todos nosotros como el verano. Si es que todo tiene su lado maravilloso...

Todo lo tiene, sí, aunque todo también tenga su cara b, asociada a las características propias de cada estación. Hoy, precisamente, les voy a contar una anécdota de este verano, que aunque se quedó en nada, nos trajo un poco de cabeza y nos aguó, en buena medida, los cuatro días que pasamos de pretendida tranquilidad en el siempre mágico Algarve portugués y sus calas paradisíacas.

La cuestión es que, previamente, aprovechamos uno de esos días de solaz para hacer la pequeña ruta, bellísima, entre las ferrolanas playas de Doniños y San Xurxo. Ya saben, la zona del Castro de Lobadiz. Un entorno realmente lindo, igual que la oleirense Costa de Dexo. En ambos sitios he corrido y también paseado muchas veces, habiendo perdido la cuenta de ello hace tiempo. Además, la ruta que parte de Doniños me trae muchos recuerdos, ante la visión majestuosidad de las Islas Gabeiras. Y es que en esa "toca", igual que en otros hitos de nuestra geografía marina próxima, papá pescaba lo indecible muchísimos fines de semana, levantándose a las cuatro o cinco de la mañana y partiendo en embarcación desde el coruñés Dique de Abrigo, para regresar a casa con cubos y cubos de "peixe".

En fin, el caso es que comenzamos la ruta y, en un momento dado, detectamos que la maleza del camino -poco o nada mantenido- se hacía más y más abundante y espesa. Salimos de allí como pudimos, ya a la zona de pista posterior. Nos miramos las piernas, desnudas, y vimos que en las mismas se movían cientos de pequeñísimos puntos casi imperceptibles, como si fuesen ácaros. Ampliando con ayuda de un dispositivo móvil, observamos que eran larvas de garrapata -seis patas en lugar de ocho, correspondientes al ejemplar adulto-, que nos dieron la lata dos o tres días a pesar de nuestros esfuerzos por librarnos de ellas, y que implicaron duchas con jabones especiales y algo de insecticida en el coche y en la casa. Otras veces, después de algún trail o alguna caminata de días en Ancares o Picos, nos había picado alguna garrapata. Es normal. Pero tal infestación generalizada de sus larvas era inédita para nosotros. Nos asustamos. De ahí, justamente, íbamos inmediatamente a Portugal, y no nos libramos de un periplo por las farmacias de la zona, consultando a sus atentos responsables qué utilizar para erradicar definitivamente el problema.

Ya ven, garrapatas, con las que hay que tener cuidado por ser las responsables de diferentes zoonosis como la enfermedad de Lyme, con mucha mayor prevalencia en otras zonas, pero que en Galicia se ha hecho ya presente. O, peor aún, por la aparición en España de dos casos de fiebre hemorrágica Crimea-Congo, con el fatídico resultado de dos fallecidos en nuestro país, también a partir de una picadura de garrapata, en este caso del género Hyalomma. Si a eso sumamos la presencia generalizada en nuestra comunidad de la avispa velutina o asiática, la probable llegada de la avispa japónica -mucho mayor- o la aparición de los mosquitos Aedes y tigre, responsables de otras patologías, vemos que algo está cambiando en los patrones de comportamiento de especies hasta ahora foráneas -también aves que a veces sirven de transporte a parásitos como las garrapatas- seguramente vinculado al cambio climático y a una mayor dinámica global.

Vectores, pues, de enfermedades inexistentes hasta ahora entre nosotros, en nuestros quizá cada vez más intensos veranos. La cara b, como decía, de esa otra faceta amable de lo que ahora es llamado Galifornia, un verano gallego más extenso e intenso, y que implica que, a la larga, es probable que tengamos un clima más benigno. Sí, benigno para nosotros, pero también para las garrapatas y otros pequeños culpables de nuestro desasosiego...