Pero no lo consigue, porque poco aprieta. Me refiero al joven presidente del PP, el señor Casado; un ambicioso coleccionista de cartulinas firmadas por rectores, o sucedáneos, que parece llevar siempre un as en la manga para matar al tres del que se le ponga delante, sea de los próximos, de los lejanos o de los que giran tanto sus posiciones que casi se encuentran con él.

No quiero recordar todas las perlas recolectadas desde que lleva el timón del partido; pero sí hay que reconocer que su mayor preocupación es ocultar sus problemas con la justicia y los de sus compañeros con las sentencias pendientes por corrupción. De ahí que rebuscando solo ha encontrado la tumba del dictador y el salvamento de inmigrantes, siempre diciendo una cosa y la contraria. Que se exhumen los restos, pero no ahora; que se deje entrar, pero a los que yo diga. En fin, un colmado de prudencia y coherencia.

Lo último que me ha llamado la atención ha sido la ocurrencia que perpetró después del, parece obvio, suicidio buscado por un argelino en una comisaría catalana; podría haber provocado una desgracia, pero solo buscaba la suya.

A partir de ahí el señor Casado empieza a atar cabos dentro de la más pura ortodoxia sociológica que estudia las migraciones y llega a la conclusión de que con los aspirantes a entrar en España, rescatados del naufragio, de las concertinas o del aeropuerto hay que hacer una especie de examen, básicamente religioso; es decir, que si su dios no coincide con el del señor Casado, su entrada en el país podría ser peligrosa, puesto que ya se sabe todos son terroristas suicidas, no como los profesionales de todas confesiones cristianas que, desde las santas cruzadas hasta la guerra de los Balcanes, bombardearon y siguen haciéndolo, tierras infieles.

Supongo que si las mafias se diesen cuenta del detalle les obligarían a entrar con un rosario, un catecismo y un ejemplar de Camino traducido todo a sus lenguas, puesto que camino han recorrido todos, mucho y mal. Si además se saben de memoria la versión de Marta Sánchez del himno de marras y una buena banderita tatuada, ya estaría, casi en condiciones de obtener un máster de Cifuentes.

Ya en serio, estas ocurrencias de Casado, Rivera y demás hierbas me han recordado una novelita, A.M.D.G. ( Ad Maiorem Dei Gloriam, A mayor gloria de Dios) de Ramón Pérez de Ayala (final de 1910), un autor bastante desterrado de las bibliotecas que narra sus autobiográficas experiencias como Bertuco, alumno en un colegio religioso asturiano, su educación sentimental, las costumbres colegiales, el ataque al sistema pedagógico sufrido y la defensa de una educación basada en el necesario respeto a la libertad y la dignidad humana. Ahí lo dejo, sin muchas esperanzas de que estos jóvenes se animen.