Sánchez rectifica sobre el Valle de los Caídos, de monumento a la reconciliación y Museo de la Memoria a cementerio civil y provoca las críticas de Podemos y de las familias de los republicanos allí enterrados, que quieren identificar los restos de sus parientes y se niegan a que yazgan bajo la cruz en un templo católico. Y quiere Sánchez una Comisión de la Verdad para acordar una versión de país de lo que ocurrió en la guerra civil y en la dictadura. Lo que empezó con la exhumación de los restos de Franco se le enreda a Sánchez. Quería a Franco en la agenda para tensionar a los suyos y llevar a la derecha al extremo pero su fácil cálculo se le va a atragantar porque el asunto es mucho más delicado. Los actores de la Transición, unos tratando de preservar lo ganado con las armas y en la dictadura y otros queriendo imponer la ruptura democrática, sabían el terreno que pisaban y hasta donde podían llegar. González lo sabía bien y no por desmemoria optó por la distancia sobre la tragedia de tantos años. Aznar hizo lo propio. Zapatero lanzó al ruedo la Ley de Memoria Histórica que Rajoy desactivó y que Sánchez ha actualizado con sus propuestas sobre los restos del dictador, el futuro del Valle y la Comisión de la Verdad.

La 2ª República, la guerra y la dictadura se estudian e investigan por arriba y por abajo desde hace muchos años, pero será difícil cambiar los sentimientos y la opinión libre de quienes han fabricado su versión con los materiales más diversos, entre ellos la experiencia propia o transmitida por familiares y conocidos. Cuesta a los vencedores de la guerra y beneficiados por la dictadura reconocer sus tremendos abusos y cuesta a los perdedores reconocer sus errores y responsabilidades en la derrota y reconocer que si el dictador murió en la cama fue porque gran parte de la sociedad española dio la espalda a la política activa de oposición a la dictadura y se ocupó de su propio bienestar. El franquismo fue una dictadura militar férrea que nada quiso saber de paz, piedad y perdón durante sus primeros años coincidentes con la guerra mundial. No fue un régimen totalitario aunque se intentara porque el intento de algunos se encontró con que importantes actores de la victoria militar, la Iglesia, los monárquicos, los carlistas, algunos intelectuales decepcionados por la brutalidad de la represión, además, por supuesto, de los resistentes antifranquistas en el interior lo hicieron fracasar. En los cincuenta el régimen tiene sus primeros conflictos con la sociedad y sus primeras fugas. Y ha de satisfacer algunas exigencias de la Santa Sede y de gobiernos extranjeros, del Banco Mundial y de la Casa Blanca. El intento totalitario fracasa porque no hay forma de encerrar a los universitarios en el SEU, a las mujeres en la Sección Femenina, a los obreros en la Organización Sindical y a la Iglesia en la Cruzada. La dictadura seguirá siéndolo hasta la muerte de Franco pero ya no es la máquina de terror de los cuarenta y no volverá a serlo. Franco comenzó cargado de una legitimidad bélica de potente arraigo entre los suyos, la mitad de los españoles. Y murió entre la satisfacción de sus oponentes, muchos de última hora, la intranquilidad por el futuro de los más, ocupados hasta entonces en lo suyo y la cerrazón de unos pocos por conservar su obra.

Todo alrededor de Franco sigue vivo en el recuerdo de muchos españoles, en lo recibido de palabra o por escrito para otros y si no se abordan estas cuestiones, sus restos, el Valle o la Comisión de la Verdad, con especial cuidado lo más probable es que sólo se consiga al airearlos políticamente un ajuste de cuentas socialmente negativo y de nulos efectos sanatorios y reconciliadores.