Las cabras son el animal doméstico por excelencia -si dejamos de lado a los perros- en todo el Mediterráneo. Dando por sentado que es así, hará cosa de dos décadas que se me ocurrió pedir un proyecto de investigación para poder comparar el DNA mitocondrial de las cabras y de los descendientes de los primeros pobladores de las distintas islas del Mare Nostrum, en la idea de que así se pondrían de manifiesto los flujos migratorios que llevaron a nuestros antepasados, en compañía de sus rebaños, al colonizar ese entorno esencial del mundo antiguo a partir del origen del Próximo Oriente. Lo más amable que recibí como respuesta de evaluadores y autoridades académicas es que hacía falta ser idiota para solicitar algo así, y que los dineros de la investigación están para otra cosa.

Ahora, a la luz de las noticias que se acaban de publicar, ya sabemos que están para guardarlos en la caja fuerte. El informe hecho público por la Fundación Cotec respecto de la diferencia que hay entre los fondos estatales para I+D+i presupuestados y los que llegaron a ejecutarse dice que, entre 2019 y 2017, sólo uno de cada tres euros para la investigación llegaron a gastarse. La situación incluso empeoró el año pasado, aclarando por qué motivo no deberíamos escandalizarnos de que nuestros próceres ni siquiera sepan hablar con cierta soltura en inglés, la lengua de la ciencia. Al final tuve suerte al no haber tenido que echarme al monte a perseguir cabras con lazo.

Pero lo que a los ministerios competentes y sus titulares encargados de promover la ciencia creían que era una estupidez ha sido, de forma harto parecida, el objeto de estudio de un artículo que han publicado en la revista Science Kevin G. Daily, investigador del Smurfit Institute of Genetics, Trinity College (Dublín, Irlanda), y sus colaboradores con el objetivo de aclarar si hubo un solo proceso de domesticación de las cabras en el origen de la civilización o si en el Creciente Fértil y demás enclaves del Próximo Oriente fueron varios los episodios que llevaron a las cabras domésticas. Como los datos genéticos disponibles no aclaran si hubo uno o varios procesos de domesticación, Daily y colaboradores han llevado a cabo la secuenciación de 83 cabras antiguas (de 51 de ellas se obtuvo el genoma completo) procedentes de distintas localizaciones del Próximo Oriente y de edades que van desde el Paleolítico hasta la época medieval. Las conclusiones comparativas ponen de manifiesto que las poblaciones de cabras neolíticas fueron el resultado de mezclas diversas a partir de varios episodios de domesticación independientes.

Casi lo mismo que cabe decir de las poblaciones humanas. Y, que yo sepa, aún no se ha ido más lejos explorando la ocupación del Mediterráneo pero no hay que perder las esperanzas. Otros investigadores más jóvenes que yo tienen la oportunidad de plantear nuevos proyectos para conseguir que los ministros y sus adláteres les insulten.