En noviembre, querida Laila, se cumplen los cien años del fin de la Gran Guerra, la primera guerra mundial. Las declaraciones de guerra de entonces fueron acogidas en las poblaciones de los dos bandos con gran entusiasmo, convencidos de que sería una confrontación breve y que ambas partes, creían, iban a ganar pronto. Los propios militares pensaban lo mismo y comenzaron con una guerra tradicional, de movimientos tácticos y ofensivas fulminantes como en las guerras napoleónicas, pero los tiempos habían cambiado, los ejércitos se habían ampliado, las nuevas armas habían desarrollado mucho su capacidad destructora y letal y las poblaciones civiles, antes ausentes en los campos de batalla, ahora se veían directamente implicadas en la guerra. Todo ello hizo que los frentes se estabilizaran y de una guerra de movimientos rápidos y contundentes se pasó a una guerra de posiciones y trincheras que prolongaba el conflicto, incrementaba exponencialmente el número de víctimas especialmente entre la población civil y podía convertir en pírrica cualquier victoria. Todo fue tan así que, tras el tratado de Versalles, el Mariscal Foch, que había sido comandante en jefe de las tropas aliadas, sentenció: "Este no es un tratado de paz, sino un armisticio de 20 años". Y lo clavó: En 1939 estallaba la segunda guerra mundial, esencialmente entre los mismos contendientes. Por eso hay quien piensa que las dos guerras mundiales son en realidad una sola con armisticio por medio. Este aniversario, querida, me motiva para buscar ciertos paralelismos con la política de hoy que ayudan lo suyo a entender mejor la cosa. Me explico. En el 2014, justo a los cien años del estallido de la primera Gran Guerra, irrumpe en el panorama político español un nuevo partido, Podemos, que convierte en programa político lo esencial de las aspiraciones de la ciudadanía, que habían saltado a la calle en los idus de marzo de tres años atrás. En pocos días se inscriben en el nuevo partido más de 200.000 ciudadanos, en las elecciones europeas, primeras a las que se presenta, obtiene cinco escaños y las encuestas lo colocan ese mismo año como la primera fuerza política del país. Los principales líderes del nuevo partido, todos ellos muy ilustrados y varios expertos politólogos analizan la situación como una coyuntura especialmente favorable y propicia para que las capas sociales que representan se hagan democrática, pero rápidamente, con el poder e iniciar así una profunda renovación política e incluso institucional. Hablan de que el poder se conquista, de asaltar los cielos y contagian esperanza y euforia a todo el país, pero también despiertan la alerta y siembran la alarma en las fuerzas políticas tradicionales y en los poderes fácticos y sus secuaces mediáticos que reaccionan incluso con virulencia. Tras las primeras elecciones generales en que Podemos participa, el bipartidismo sufre una notable merma, pero resiste y, digamos, el frente se estabiliza y lógicamente en el partido emergente se abre un debate entre los que piensan que hay que pasar a una guerra de posiciones, porque así lo dicta la realidad, y los que creen en que aún es posible la guerra de movimientos y el "asalto a los cielos". El debate lo ganan estos últimos con Pablo Iglesias a la cabeza, y lo pierde Errejón que preconizaba asumir la realidad de una guerra prolongada de posiciones y, en consecuencia, tejer las alianzas necesarias para llegar un poco más tarde al poder, pero llegar.

Hoy, querida, la realidad se está imponiendo y la estrategia que Podemos aplica es, fíjate tú, la de Errejón, incluida la lúcida táctica de la "competencia virtuosa" con el PSOE.

Un beso.

Andrés