Hoy un buen tema de conversación para nuestra cita de sábado podría ser el de la Autopista del Atlántico, infraestructura absolutamente clave para moverse por carretera en Galicia, y todo el daño que la sorprendente mala gestión de su concesión representa hoy en términos de movilidad para quien necesite viajar a diario entre zonas clave de nuestra comunidad. Ciertamente, cuando la cuenta la paga uno mismo, porque necesita moverse para trabajar, o una pequeña empresa, toma conciencia de lo que representa en el bolsillo. Y a veces el resultado es literalmente asfixiante.

Déjenme que aparque este tema unos días, sin embargo, y que retome otra de las claves que tienen que ver con la carretera y, en general, con la movilidad. Tiempo habrá para abordar lo primero, ya que las dos subidas del peaje de la autopista aún restantes de las cuatro previstas este año empiezan a asomar su cara, y el tema estará en la agenda pública aún mucho tiempo. Una agenda en la que, y entro en este segundo tema, hoy el gasóleo y la postura del Ministerio de Transición Ecológica del Gobierno de España respecto a la fiscalidad de los vehículos con él alimentados, tiene también una presencia destacada.

Se lo decía en uno de los últimos artículos: es absurdo que se grave a todos los motores diésel, cuando los de última generación contaminan menos que otros de gasolina. Pero más absurdo aún es el tema en el que específicamente quiero incidir hoy. Y este no puede ser otro que el de la ineficiencia lacerante de muchos de los modelos que hoy salen a nuestras carreteras, y que se promocionan a bombo y platillo, mientras se ataca indiscriminada y poco fundamentadamente al diésel vía fiscalidad del carburante, independientemente de a qué máquina térmica nos refiramos.

Miren, imagínense un motor híbrido de gasolina y eléctrico. Bien. Pero si este va montado en un chasis y carrocería de dimensiones absolutamente exageradas, con unas llantas de un ancho descomunal, y un exceso de masa realmente absurdo para llevar a un máximo de cinco personas, la cuestión canta. Y mucho. ¿Por qué? Pues porque si hablamos de emisiones, de consumos y de todo lo que ustedes quieran, el resultado es muchísimo más ineficiente en términos relativos y absolutos, que el de un motor diésel que cumpla la normativa más exigente y actual, y que satisfaga la propulsión de un modelo mucho más comedido y bien dimensionado. Sin embargo, el primer modelo -el híbrido con consumo exagerado- está mejor visto por la doctrina imperante hoy que el segundo de los vehículos al que me refiero. Absurdo, ¿no?

Si esto ocurre con un híbrido, imagínense qué pasa con cualquiera de esos trastos que hoy circulan por nuestras ciudades y, en menor medida, por nuestras carreteras, y cuyas virtudes los publicistas cantan incidiendo en su carácter de SUV. Campañas agresivas, específicas y sugerentes, destinadas a atraer la atención del potencial consumidor, y que no cuentan lo más importante: los SUV son los vehículos a motor más ineficientes, contaminantes y, por ende, agresivos con el medio ambiente y la salud que existen. Independientemente del combustible con el que se propulsen, y del tipo de propulsor del que se trate, tienen consumos tan elevados que sus emisiones son comparativamente mayores siempre a las de los turismos. Y sobre esto nadie dice nada.

Bueno, nadie no. Fíjense que en Portugal -país cívico donde los haya- se intentó equiparar estos trastos a camiones, con su correspondiente implicación en el pago de los peajes en autopistas.

No sé si a nivel fiscal también tenían un tratamiento más caro que el de un turismo o no, pero en el caso de las vías de alta capacidad, la presión de las marcas hizo que, finalmente, se equiparasen a turismos, después de unos años. Ciertamente, tanto sus características de masa, aerodinámica y dimensiones como las antedichas emisiones y consumos ameritaban una práctica que, de alguna manera, trataba de poner freno a un fenómeno que aquí, señoras y señores, se nos ha despendolado del todo.

Y es que hoy, a pesar de los pesares, vivimos la moda SUV en la ciudad, cuando tal tipo de concepto debería circunscribirse a usos y modos mucho más específicos, como ocurre con los tradicionales todoterreno.

La moraleja que intento trasladarles es la de que, si vamos a penalizar a los motores ineficientes y a las emisiones, de forma orientada realmente a mejorar nuestro mundo, hagámoslo. Es importante y urgente. Pero ni carguemos las tintas de forma general sobre unos motores diésel que a veces son más eficientes que los de gasolina -depende de la arquitectura de cada máquina, que requerirá un tratamiento fiscal diferenciado o incluso su prohibición total o parcial- ni ataquemos una categoría concreta, cuando otras se nos han ido literalmente de las manos en términos de la tan traída y llevada eficiencia energética. Supongo que parecerá una frase lapidaria, pero con la termodinámica en la mano, un SUV es lo menos eficiente que nos hemos echado a la cara para trasladarnos por carretera. Pero de esto nadie habla, y a un Ministerio -yo, por lo menos- le pediría más rigor, ciencia y orientación a resultados.