Hasta hace poco los políticos solían ser personas reservadas con su intimidad de modo que sus dramas o tragedias personales las trataban con gran discreción y a ello correspondían los medios con la elegancia de un respeto general compartido por la ciudadanía. Se llegaba a saber del padecimiento de una grave enfermedad o de una tragedia familiar cuando su conocimiento público era ya imparable. Se trataba con esa actitud de no instrumentalizar políticamente la grave circunstancia personal, la propia intimidad, y así era entendido y aceptado por los compañeros de partido, por los rivales, por los medios y por los electores. Por eso me ha llamado desagradablemente la atención la reciente carta de la pareja dirigente de Podemos a propósito de un serio asunto familiar. Porque han sido ellos los que han renunciado a su intimidad escribo sobre algunos aspectos de la carta que me han parecido reveladores de una forma de estar en política nada recomendable por la inmadurez que evidencian.

Los agradecimientos con nombre y apellido a algunos doctores me parecían más propios de los toreros, futbolistas y gentes del espectáculo que de unos políticos en ejercicio. Parecerá retorcido pero lo interpreté como la muestra, acaso inconsciente, del ego imponente de alguien convencido de que mencionar públicamente a los doctores debe ser apreciado y agradecido por estos como un honor dispensado por los dos líderes, un honor que no proporciona el discreto agradecimiento que a diario reciben los galenos en los hospitales de cientos de pacientes anónimos. De las loas a la sanidad pública ¡qué decir¡ si hasta hace meses, los tres pasados desde que la pareja apoyó la moción de censura a Rajoy, la sanidad pública era un desastre tras casi siete años de gobiernos de la derecha.

Pero, sin duda, lo más revelador de la inmadurez intelectual y política de la pareja son sus agradecimientos a la Corona y a la Iglesia, a los que así distingue y sin percatarse enaltece, y a los rivales políticos. No sé si los banqueros y empresarios del IBEX habrán sido tan duros de corazón como para no mostrarles cariño y apoyo o darles consejos, o es que a la pareja se le ha olvidado agradecérselo o le ha parecido excesivo hacerlo. Lo de ser republicanos y ateos era conocido y no hacía falta subrayarlo pero para la pareja añade valor a su agradecimiento a la Corona y a la Iglesia. Lo que revela es que concebían a ambas instituciones como sujetos perversos y faltos de educación con los que no se puede convivir. Y algo parecido sucede con el descubrimiento de que los rivales políticos también saben cumplir con las relaciones humanas. La pareja las ha descubierto ahora y escribe que "enseñaremos a nuestros hijos que sean siempre respetuosos con el que piensa distinto porque la humanidad, la decencia y la amistad no son el patrimonio de ninguna causa". Es buena la conclusión pero un poco tardía en dos jóvenes ya talluditos e ilustrados. Y no estaría mal que algo de esa convicción que transmitirán a sus hijos se trasladase a su discurso más arrebatado y a sus encendidas soflamas contra la casta.

Iglesias y Montero ya viven como la casta en La Navata, con ella se relacionan y le han tomado el gusto. Lo que rechina es su discurso como en el caso de su admirado Tsipras, hasta anteayer dispuesto a torcer el brazo de Merkel y la UE y hoy convertido en su alumno más aplicado y más complaciente.