Buenos días! 12 de septiembre, a poco más de una semana del equinoccio de otoño. Será el próximo 23 de septiembre a la 01.54 de la madrugada, y entonces el Sol estará situado en el plano del ecuador celeste. En la práctica, esto implica una duración igual (con matices) entre el día y la noche y, en términos más operativos, la llegada del otoño. Una estación para mí absolutamente mágica, por encima de todo. Quizá la más bella, en términos de una paleta de color verdaderamente única en el entorno natural y, desde luego, la que invita más a la armonía y la paz.

Porque miren, el verano lo llena todo con una luz a chorro, desprovista de "letra pequeña", que solo da algo de tregua a la lírica al amanecer y al atardecer. Al invierno le pasa exactamente lo contrario y es que, por poca luz, a veces tampoco es fácil encontrar la belleza. Hagamos la excepción, claro está, de esos días increíbles de "Año Nuevo", típicos de enero, en los que el sol luce alto sin calentar y lo inunda todo con su fuerza cargada de posibilidades... La primavera sí,... pero no. A veces se le va todo en prometer calor y luz, pero todo se queda -nunca mejor dicho- en agua de borrajas. Pero el otoño -ay, el otoño- eso sí que tiene fundamento, potencia y expresión. Y es que un bosque, en otoño, se me antoja el mejor estímulo para nuestros sentidos... O, ¿han probado a darse un baño en el mar en otoño? Caprice des Dieux, se lo aseguro. Y, si tienen suerte y lo buscan un poquito, incluso todavía puede que lo hagan en el seno de una alucinante "ardentía" o "mar de ardora"...

A veces se asocia el otoño, desde mi punto de vista erróneamente, con el ocaso. Se habla del otoño de la vida o el otoño de una determinada producción artística, cuando yo no creo que ellos sean sinónimos. No lo son, para empezar, porque el devenir de las estaciones es una cuestión cíclica, mientras que hay otros procesos, como el auge y el ocaso de una vida, absolutamente lineales. Equiparar lo uno y lo otro no creo que le haga demasiada justicia a una estación tan fértil, bella y sosegada como esta que pide paso, y que nos disponemos a disfrutar, rodeados de mandarinas y granadas, uvas, higos y, como no, setas...

Cuando, por ejemplo, un político dice adiós a su carrera pública, yo no diría que está en el otoño de nada, y mucho menos en el invierno. Está en el momento en el que tiene que estar, desde el punto de vista cronológico, y hace un ejercicio que debería ser mucho más normal y habitual de lo que en este país se espera. La política, fuera de los cuadros técnicos, profesionales y experimentados que yo cuestiono sean vinculados con lo partidista y partidario, no debiera ser para mí una actividad en la que se hace carrera sine die, sino un momento de servicio, que de ningún modo puede durar décadas. Por eso siempre es para mí un momento para el reconocimiento cuando se anuncian decisiones personales como la de Xavier Doménech, que pasa del todo a la nada en responsabilidades políticas estando en lo más alto. A la mayoría les cuesta este tipo de paso incluso cuando, en muy distinto contexto, es absolutamente necesario y procedente, como la hemeroteca nos ha mostrado en muchas ocasiones recientes.

Otra persona deja la primera línea en estos mismos días. Alguien con importante responsabilidad en su partido y, sobre todo, en el Gobierno de España. Una de las últimas expresiones del círculo de máxima confianza del anterior presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y vicepresidenta del Gobierno a su lado. Es Soraya Sáenz de Santamaría quien, oficialmente y dicho por ella, empieza nueva etapa.

Miren, no soy nadie para hablar de las cuitas internas del partido de cada uno. Los militantes sabrán qué han hecho y por qué. Y, a pesar de que la antedicha hubiese ganado claramente la primera vuelta de las primarias, era cantado que los partidarios de la tercera en liza, descolgada de la "gran final" iban a juntar sus esfuerzos con los de Pablo Casado para bajarla del carro, como finalmente fue. Es que la venganza, como canta el dicho, se sirve fría. Y, en su caso, la gelidez duró hasta la reunión de hace un par de días en Génova.

No soy nadie para ello, no, pero puedo expresar -desde fuera y con absoluta libertad, como mero opinador sin mayor relevancia- mi punto de vista. Y por eso he titulado este artículo Lo siento, Soraya. No por ella, que le importará un pito y no me conoce de nada. Lo siento por mí. Y, ¿por qué? Porque soy de las personas convencidas de que todo tiene que sumar, y poco restar, y un Partido Popular fuerte, responsable, capaz, fuera de extremismos y con ánimo de colaborar es importante para este país. Y, en esas claves, siempre tuve muy claro que esto estaba mejor representado por Soraya -entendámonos, también por Mariano- que por Casado -ergo, San Aznar-. Creo que España necesita una visión progresista potente y lúcida, y también un centro político tradicional como el que podía expresar la que fue vicepresidenta del Gobierno y que se ha ido ya de todo lo que podía dejar. No sé si ella era la mejor dentro de su formación, que conozco poco. Pero, desde luego, repito que veo nítidamente que el curso de los acontecimientos está empeorando exponencialmente desde que el señor Casado ha asumido el timón. Y es que, para mí, cada vez que habla sube el pan... No le veo, no. No le veo.

Por eso sí, lo siento. Y lo siento porque la bipolaridad de la sociedad siempre lleva a la misma a desastres. Hay que sumar, hablar y convencer al contrario y ser convencido por él, según toque. Hay que construir bases sólidas de futuro. Y hay que generar confianza, por encima de las luchas tribales o familiares en cada uno de los grupos que aspiran al poder. Ahora tengo claro que el PP de Pablo Casado está centrado en un viraje profundo que, desde mi punto de vista, poco aportará a tal centralidad y sosiego. Por eso sí, lo siento. Lo siento, Soraya. Porque ahora ya no sabré qué hubieras hecho tú. Pero estoy seguro de que, por poco mejor que fuera, ya hubiera valido la pena.