Estamos en un fin de semana diferente. Entraremos en él disfrutando de los últimos coletazos del verano, y a las 03:.4 horas del día 23, mañana mismo, será otoño. Si nada se tuerce, imagino que a muchos nos pillará durmiendo, aunque no faltará quien salude al equinoccio en vigilia debida al ocio o al trabajo. Un nuevo otoño, un nuevo hito en nuestras vidas respectivas, que en este momento confluyen en el tiempo y el espacio, y que discurren a veces paralelas, a veces coincidentes y otras bien lejos o hasta divergen, surcando sus propios caminos...

Y, con el final del verano y el comienzo del otoño, ha llegado el curso académico. En los colegios e institutos se vuelve a respirar ambiente de bullicio, después de serenos meses de verano en tales instalaciones. Los campus universitarios también han regresado a su cotidianeidad, en la que es importante no perder la perspectiva del amor e interés reales por el conocimiento, mucho más allá de la empleabilidad y las tendencias de turno. Y el fin de lo más grueso de las vacaciones nos vuelve a traer estampas de tráfico abigarrado, o de ciudades repletas. Algunas de las primeras gotas de lluvia de la estación han propiciado que las calles se llenasen de nuevo de paraguas, e incluso más de una gabardina he visto ya, contrastando con mi ligero pantalón corto y camiseta.

En las cafeterías y otros comercios hace tiempo que lucen carteles con sus apuestas seguras para la Lotería de Navidad. Y es que tal período, durante el que se verificará un nuevo solsticio de invierno, se ha ido haciendo ya un poco más cercano en estos días, al menos en lo mediático. En algunas ciudades -Vigo a la cabeza- comienzan los preparativos para adornar las calles. Y ya pueden temblar Londres, París o Nueva York, porque parece -según han comentado del Concello de una forma un tanto heterodoxa- que la apuesta olívica va en serio.

Nada nuevo bajo el sol. La vida sigue, ahora tiñéndose de los colores pastel del otoño. Les he contado en más de una ocasión que es mi estación favorita, porque rebaja un poco el nivel de ruido del verano, y a cambio nos obsequia con atardeceres únicos, una paleta de colores perfecta en infinidad de bosques -o al menos en los remedos de lo que estos algún día fueron-, o con días espléndidos de luz casi robados, más que esperados...

Otoño para mí también significa cambio, pero nunca ocaso. Porque, como ya les he contado alguna vez, no hay primavera sin otoño e invierno, de forma que las estaciones y su devenir solo tienen sentido considerando las mismas de forma cíclica, volviendo a unir el invierno y la primavera. Como también me he sincerado en algún otro texto, yo me quedo con una percepción mucho más lineal de la existencia, basada en nuestros momentos, emprendimientos, sensaciones e intereses, que en tal ciclo correspondiente a la traslación de La Tierra en torno al Sol. Un planteamiento en el que cada día es, en sí, esencial y dramáticamente -Ortega dixit- único e irrepetible. Esa es la razón por la que, durante muchísimos años, al lado del día del mes yo apuntaba en la agenda el guarismo correspondiente al número de día que representaba tal fecha para mí, contada desde aquel día en que nací. Tengo que retomar esa bella costumbre, que te recuerda precisamente ese carácter lineal, y no circular, de la vida propia...

El otoño viene cargado de retos reales, que afectan a personas concretas, y ante los que tenemos que dar lo mejor de nosotros mismos como individuos y como sociedad. También habrá muchas distracciones, temas recurrentes en ejercicios constantes y vacuos de suma cero, y oportunidades para edificar un mundo nuevo. Y ahí estaremos todos nosotros, interaccionando constantemente y tratando a veces de sobrevivir y, en otras ocasiones, mucho más que eso. Supongo que este artículo es una suerte de bienvenida a dicha estación, simplemente por festejar el momento. Ese en el que coincidimos, aunque sea a través de la palabra y la distancia. No es poco. Dicen que la soledad es y será aún más la gran enfermedad de esta época de la Historia. Estas líneas, escritas en el Día Mundial del Alzhéimer, que borra recuerdos de vivencias de forma cruel, también quieren contribuir a celebrar tal coincidencia. Porque creo que tenemos que ser muy conscientes de que la posibilidad de ser, construir, vivir y compartir con otras personas, es el mayor tesoro que nos regala, cada uno de nuestros días, nuestra efímera, leve y ligera existencia...