Algunas muy notables actuaciones últimas de la Justicia y del poder judicial, como serían los casos de Pablo Casado, de los políticos presos catalanes, de la manada y cosas así me llevaron a recordar aquella práctica devota del rosario en familia que tanto menudeaba en los momentos más álgidos del nacional-catolicismo, por cierto, todavía muy influyente. Me explico, querida amiga. Sucedía que en las largas noches de invierno de aquella "longa noite de pedra" en bastantes hogares, sobre todo rurales, se reunía la familia para rezar el rosario, normalmente antes de cenar. Era un recitar monótono, cansino y eterno de las oraciones del rosario y las letanías que a los niños de entonces nos aburría mortalmente. No acababa nunca. Lo peor era la parte final, tras las letanías, cuando la abuela empezaba a rezar un padrenuestro por esto y por lo otro, por este y por el alma de aquel y, como había siempre alguna desgracia propia o ajena, nunca sabías cuando podía acabar aquel tormento en el que se combinaba el aburrimiento con el hambre que la cena saciaría a continuación. La señal de respiro y de alivio era el último padrenuestro que siempre solía ser el mismo: "por las intenciones del Papa", que vete tú a saber cuáles serían. Esto en casa de mi abuela, pero en otras la plegaria final era: "Un padrenuestro para que Dios nos libre de la Justicia". Cuando me enteré, en no sé en qué nostálgica conversación, de que esta deprecación era habitual en muchas familias rurales y que la plegaria venía de antiguo, me dio que pensar. Como es natural, semejante súplica no se refiere a la justicia como principio moral, que por todos es reconocida como un bien, sino a lo que hoy llamaríamos el aparato judicial, o la administración de justicia que, muy probablemente en la concepción de aquellas devotas personas, tenía más que ver con el aparato policial que con los jueces, aunque también a estos incluyera, como vendría a demostrar aquella proverbial maldición: "tengas pleitos y los ganes". La Justicia, pues, en cuanto que es un poder que puede ser ejercido para bien o para mal, es decir, en cuanto que es un poder político, despierta desconfianza, precaución e incluso miedo y, por ello, necesita especial control democrático. En la práctica, sin embargo, el control que se ejerce sobre el poder judicial es el que está más alejado de la ciudadanía y, en consecuencia, es el poder menos condicionado democráticamente. Este es un riesgo que trata de subsanarse a golpe de leyes y reglamentos, pero parece que son insuficientes, visto lo que se está viendo últimamente. No vendría mal que la ciudadanía pudiera participar más directamente en la elección y en el control de quienes detentan y ejercen el poder judicial, la administración de la justicia. Fórmulas y procedimientos hay y capacidad para crear otros nuevos, también. Lo que puede faltar seguramente es voluntad política y, sobre todo, corporativa de avanzar más en la democratización de la Justicia.

Hoy nadie piensa ni osa decir que la Justicia es igual para todos. Hasta un Presidente del Supremo habló de la flagrante desigualdad ante la ley del roba-gallinas. Como tampoco es posible afirmar que la Justicia es independiente, cuando en casos tan importantes y decisivos muestra su cara, no política, que eso estaría bien, sino burdamente partidista, tanto en su organización interna como en su administración misma. Los mandatos del PP han acentuado la devaluación y la dependencia partidista de la Justicia que, además, está infectada de un virulento corporativismo que la hace resistente a un adecuado saneamiento.

La cosa está, querida, como para volver a rogar que "Dios nos libre de la Justicia".

Un beso.

Andrés