Se les saluda, señoras y señores. Nueva página en nuestro personal calendario y nuevos días compartidos, tejiendo esa urdimbre de sentimientos, emociones, hechos e ilusiones a los que hemos dado en llamar vida. ¡Bienvenidos a este trocito de espacio y tiempo en el que interaccionamos!

Porque las personas interaccionamos, sí, y cuando no lo hacemos surgen los problemas. Si uno no habla de lo que le preocupa, malo. Y si una sociedad no pone las cartas boca arriba en torno a los problemas, disensiones, dificultades y retos a los que se enfrenta, peor. Es importante no dejar que las cosas se pudran porque, cuando lo hacen, suelen oler mal. Y aunque hay quien piensa que, pasada la fase de putrefacción, ya no darán más olor, ¿qué se creen, que todo el hedor generado previamente no pasará factura en pituitarias hartas de tal miasma?

Y si ha de haber algo verdaderamente definitivo que marque la antedicha interacción es, únicamente, el respeto. Si no hay respeto, no hay nada. Y, a partir de ahí, podemos explicar lo que queramos, y manifestarle al otro mi coincidencia en cualquier aspecto o la absoluta falta de la misma. Pero respetando. A estas alturas todos tenemos que tener claro que ni nosotros mismos ni nuestras ideas vamos a ser el perejil de todas las salsas... Y creo que, precisamente, en eso de la diversidad está el gusto.

Sin embargo, en estos mundos intrincados y atrabiliarios en los que vivimos, hay personas que se afanan en afear la conducta a los demás, por temas que no lo justifican, quedando automáticamente en evidencia ellos mismos, y no el sujeto a quien pretendían reprobar. ¿Por qué? Pues porque su acción no es realizada desde el respeto, sino todo lo contrario, en un ámbito particular en el que nadie les dio la voz. Y cuando, aún por encima, tal hecho se produce en un tema sensible, protegido especialmente por las leyes de las que nos hemos dotado, y constituyendo un claro delito, mucho peor. Esas personas, que incitan al odio, que tratan de destruir vidas porque sí, y que lastiman desde la más profunda ignorancia, merecen no sólo que la Justicia les ponga en su lugar, sino un rechazo unánime de la sociedad.

Viene todo esto al caso porque, enterado por la prensa, vivo con tristeza hechos acaecidos en estos días, que tienen como involuntario protagonista al hostelero Lolo Angeriz. Unas patéticas pintadas, realizadas por terceros y retocadas a posteriori, se meten con su condición sexual. Así, insultos como "maricón, culos, culeros" o, posteriormente, "truchas" le fueron regalados con nocturnidad, sobre el cobarde lienzo de una pared. ¿Quién es el ser humano que malgasta en ello su tiempo y sus ansias, invadiendo la esfera jurídica del particular y pretendiendo con ello poner en evidencia al objeto de su chanza, cuando la condición sexual de cada quien es personal y no negociable? ¿De qué va?

Miren, en mi experiencia -y les he hablado muchas veces sobre este asunto- sólo las personas que tienen algún problema grave con su propia identidad y condición sexual pierden el tiempo intentando avasallar al otro en este sentido. Quien es una persona equilibrada, y vive su vida con respeto y tranquilidad, simplemente no se mete en una vida que no es la suya. Podrá congeniar más o menos con cualquier otra persona, pero no se dedica a tales bajezas. Quien insulta es porque algo lacera su propia psique. O eso o, quizá, otro tipo de motivación más ligada a un intento de desprestigio al socaire de otros intereses.

He conocido casos verdaderamente aberrantes en tal sentido. En la cúspide de todo ello, un hombre al que conocí, que en cada comida familiar se las arreglaba para que saliese el tema de la homosexualidad, sin ahorro de todo tipo de imprecaciones en contra de "tales individuos". Lo más triste es que un ochenta o noventa por ciento de los comensales, tíos, primos y demás familia, sabía perfectamente que tal individuo llevaba doble vida, siendo un verdadero depredador con casi todos los varones que se le pusiesen a tiro. El incauto pretendía aplicar la "teoría del péndulo", no sea que de él sospechasen... Ya ven. En fin... No cabe duda de que Lolo es un ejemplo para todos desde la honestidad y la bonhomía, y eso es lo único que nos tiene que importar a los demás. Su vida es su vida, la mía es la mía y la suya, querido lector, es suya. Si, a partir de aquí, interaccionamos con respeto, mejor. Y si hasta nos hacemos amigos, genial. Pero cada uno gobierna en su propio "cortello", y si lo hace con arreglo a sus propios sentimientos, emociones y productos del raciocinio, mucho mejor. Lolo es un gran tipo, y ni él ni nadie se merece que ninguna persona pretenda cuestionarle con unos insultos banales y pueriles, trasnochados y francamente rancios, y aún por encima ensuciando una pared. Hay estupendos psicólogos para ayudar a quien lo necesite, y me consta que en torno al tema de la sexualidad todavía hay metros y metros de tela que cortar...

Por una sociedad mejor, más inclusiva, más respetuosa y donde la educación -en todos los ámbitos- sea tomada verdaderamente en serio. Ese es el único camino. De verdad... Y a él contribuye Lolo, desde la denuncia y la visibilidad, para ayudar a muchas otras personas que, por intolerancia y falta de respeto, lo puedan pasar mal.