Se les saluda en este 10 del 10 de 2018, día único e irrepetible en nuestros calendarios vitales. Y lo hago recordando qué hacía yo hace ahora ocho años, un 10 del 10 del 2010. Resumiendo un poco, había ido a Munich por otro tema, pero me encontré la XXX Edición de la Maratón de la ciudad. Y, por aquello de que se trataba de un aniversario redondo, organizaban también otras carreras, que acompañarían a los maratonianos de ese día, verdaderos héroes de los 42.194 metros. Sin pensármelo, me apunté a la Media Maratón, y lo que empezó siendo un día de trámite, un domingo de vuelta a casa a última hora del día en el que ya me había quedado solo en la ciudad -tenía distintos vuelos que quien me acompañaba- se tornó en una verdadera fiesta del deporte.

Recuerdo la sensación de entrar en el Estadio Olímpico de Munich -sí, sí, el de las aciagas Olimpiadas del 72-, mientras el locutor gritaba tu nombre en medio de muchas otras expresiones con fonética tipo "subanpajenestrujenbajen", y una multitud enardecida aplaudía. Realmente, pavoroso. Cuando uno es un aficionado con tiempos medio-bajos y le reciben así, puede imaginarse aunque sea mínimamente y de lejos cómo tiene que ser entrar el primero en una de esas grandes citas globales... Único. No era la primera vez que corría en Munich, pero sí -sin duda- la más espectacular. Memorable.

Pero hoy mi artículo, que empiezo en clave de rememoración, no va exactamente de esto. Sí de deporte, pero en una faceta tremendamente menos constructiva que la descrita. Y es que, al calor del mismo, de todo lo positivo que representa la actividad física y la socialización en torno a ella, parece que a veces se quiere identificar deporte con otros aspectos que poco tienen que ver con él, y sí con la generación de pingües beneficios para cuatro vivos, así como con muchos problemas económicos y de salud mental para la mayoría. Me refiero a la proliferación de portales de apuestas, muchas de ellas basadas en lo deportivo, que campan por internet y se anuncian sin demasiado control en los canales de televisión, y a las que me consta que ya están enganchadas bastantes personas jóvenes.

Miren, eso no es deporte. Y sí le sacan las músicas apabullantes, la presencia de "famosos" que se apuntan a cualquier cosa por dinero y demás elementos de marketing, no deja de ser pura y dura incitación a la ludopatía. Soy de los que piensan que las casas de juego están bien tal y como la legislación les exige: con un sistema de control que permita la autoregulación por parte de personas con problemas de adicción al mismo, y con determinadas exigencias en cuanto a publicidad y visibilidad. Todo eso, que sí lo podemos encontrar en un casino o en una sala de máquinas tragaperras tipo b, no existe en internet, con lo que tal estallido de propuestas no hace más que dejar la puerta abierta a la enorme multiplicación de todos los problemas asociados al juego fácil.

Creo que esto, junto con las máquinas en bares y cafeterías, debería estar mucho más controlado. Bueno, lo segundo directamente prohibido. Ya sé que dan mucho beneficio y que muchos bares de barrio pueden sobrevivir por ello pero... ¿han visto usted la estampa del jugador medio en dichos lugares? No se trata de alguien que le sobran dos monedas y las echa allí. No. Normalmente, son personas con un problema mucho más severo con el juego y, repito, para esto la normativa debería ser la misma que en las salas específicas de tales máquinas: posible autoregulación de la entrada a estas salas, fuera de ambientes mucho más generales.

El juego no es ninguna broma, señoras y señores. Ah, y en él nunca se gana. Se puede tener más o menos suerte un día pero, en un ejercicio de suma cero, sólo se enriquece la banca. Desgraciadamente, como en el caso de otras muchas patologías adictivas, esto no es tan fácil de explicar a quien lo padece. Pero, al menos, no se le puede poner fácil y a la puerta de casa. De ahí el planteamiento de que se trate de lugares específicos y con cierta regulación. Algo que, por supuesto, el advenimiento del juego por internet se ha -literalmente- cargado.

Deporte, sí, pero deporte de verdad. No envoltorios deportivos para vender miseria, exclusión social y patología mental.