Buen sábado, señoras y señores! Espero, ante todo, que Leslie haya decidido finalmente no inmiscuirse con demasiada fuerza en nuestras vidas, y que lo que resta del día de hoy, del de mañana y la primera parte de la próxima semana no sean demasiado relevantes desde el punto de vista de las incidencias meteorológicas. Y es que un huracán son palabras mayores, e incluso una buena borrasca puede poner los pelos de punta a todo un pueblo. Y si no, revisen los titulares recientes de nuestros periódicos... Ahora, casi mientras redacto esta columna, sigo con interés la trayectoria de Leslie en la página del Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos. Iremos viéndolo...

Dicho esto, ya ven que hoy parafraseo a Kundera en el título del artículo, jugando con el mismo. Y es que en estas líneas me dedicaré a reflexionar sobre el tener, el estar y el parecer, y sí, también sobre el ser... Todo un abanico de facetas de la persona que es preciso no obviar en un análisis de la evolución de la misma, en relación con los demás, en las últimas décadas. Y con consecuencias muy interesantes, tal como las que propone el sociólogo alemán Frank Adloff en su nuevo libro La política del dar, donde plantea una transición del homo economicus al homo donator. Adloff, del Departamento de Economía Social de la Universidad de Hamburgo, está especializado en dinámicas y regulación de la economía y la sociedad.

Soy de los que piensan que es que es absolutamente imposible deslindar nuestra relación con el entorno de nuestra capacidad individual de generar valor. Dicho de otra forma, ¿para qué tener, si no es para compartirlo? La vida es el regalo más maravilloso y también el mas frágil y caduco que atesoramos. Y si, en ese incierto período que compartimos intensamente con otros, no somos capaces de dar y darnos, terminaremos siendo profundamente infelices. La literatura, de todo tipo, está llena de personajes que son iconos claros de tal tipo de comportamiento. Yo siempre prefiero quedarme con el tan simbólico y navideño Mr. Scrooge, de Dickens. Sí, parecía que Ebenezer Scrooge lo tenía todo pero, a la vez, le faltaba absolutamente lo más importante, y tuvo que ser la esotérica visita de los tres espíritus de las Navidades pasadas, presentes y futuras, lo que finalmente cambió su vida.

El planteamiento del homo economicus hace aguas desde hace tiempo. Es bien cierto que la "teoría del crecimiento", basada únicamente en la maximización de beneficios -en absolutamente todos los ámbitos- y en un proceso continuo de búsqueda de los mejores parámetros para la empresa ha ido evolucionando hacia modelos en los que todos los grupos de interés de la actividad económica han de ser partícipes de la influencia positiva del valor generado. Pero, aún así, el sistema capitalista necesita profundas correcciones para abordar necesarias mejoras en lo social y en lo ambiental, por ejemplo. Porque, si nos abandonamos únicamente a la consecución de los mayores beneficios posibles para determinadas corporaciones o lobbies que las representan, determinados problemas se recrudecerán. En el caso de la relación con el entorno no hace falta que me explique mucho: los síntomas claros del desastre son palpables para todos. Reconozco que en lo social hay que hilar más fino, investigando un poco más allá de los titulares más de consumo. Pero les aseguro que la situación es igual de complicada.

Adloff habla del egoísmo, que sí es humano. Pero también la capacidad y la necesidad de darse, que también está en nuestro núcleo duro de valores y forma de ser. Con todo, es posible un equilibrio que abunde más en otra forma de entender la vida, las relaciones económicas y la sociedad. Algo que, fíjense, he tenido la oportunidad de ver y conocer en detalle en modelos muy en pequeño, casi de laboratorio, puestos en práctica por comunidades y grupos humanos en África y en América. Personas que no renunciaban al capitalismo, de ningún modo, así como al efecto beatífico de la empresa en materia de creación de valor, pero que instauraban una serie de normas y salvaguardas que hacían que tal generación de riqueza redundase en mucha más felicidad para toda la comunidad, estableciendo mecanismos para garantizar determinados niveles de renta o de servicios de forma global en su entorno. E incluyendo a todos los miembros de dicha comunidad. ¿Hablamos, por ejemplo, del papel que reservamos a los mayores aquí?

Quizá el homo donator actúe más inteligentemente que el homo economicus, y de forma mucho más sostenible. El tiempo lo dirá. Lo cierto es que es necesario un nuevo paradigma, en el que todos podamos ilusionarnos más con nuestros logros personales y colectivos, a diferentes niveles. Abrazando lo netamente positivo del hecho empresarial, pero haciendo que el mismo nos acompañe en la tarea de edificar una sociedad más vivible. Y esto no será posible sin corregir la creciente desigualdad, el estado de alta degradación del planeta, o la injusta distribución de oportunidades de las personas en función de la posición de partida.

Y es que solamente "tener", en una espiral sin otra lógica, no nos lleva a nada. Solamente "parecer", en una orgía de la figuración donde no importa qué puedas aportar desde tus propias capacidades y competencias, sino lo que los demás se crean, reconstruyendo nuestro relato y creando humo, a mucho menos. Lo importante es "ser". Y, por supuesto, "estar". Porque si no eres y estás, de verdad, no contribuyes con tus valores, tus ideas, tus creencias y las prácticas en las que te puedas involucrar. Ese es el reto...

Coda: El próximo 27 de noviembre se celebra el Giving Tuesday 2018. Por ir contándolo con tiempo... ¿Te das?...