He traído a estas líneas muchas veces la necesidad y urgencia de una subida del Salario Mínimo Interprofesional (SMI) al entorno de los novecientos a mil euros. Algo que, como saben, hoy quizá esté un poco más cerca, después de la plasmación de un acuerdo que lo contempla por parte de PSOE y Unidos Podemos. A partir de aquí, a ver qué pasa y cómo se va materializando esto, porque el tema está trayendo cola y a nadie ha dejado indiferente. Incluso hay quien dice ahora que no, cuando en el pasado propuso lo mismo, pero más. A volver sobre todo ello dedicaré la columna de hoy. Y vaya por delante, tal y como reza el título, que a mí me parece necesario, imprescindible e inaplazable.

Un texto que, por cierto, está escrito en un día con bastante significado. Sí, porque ayer, 16 de octubre, se ha vuelto a conmemorar el Día Mundial de la Alimentación, auspiciado por la FAO, Agencia de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación. Una jornada en la que, una vez más, los datos son contundentes. Ochocientos millones de personas pasan hambre en el mundo, mientras casi otra mitad de los seres humanos tienen problemas de sobrepeso y obesidad. La tercera parte de los alimentos que se producen, se tiran, como afirma Ignacio Trueba, Representante especial de la FAO en España, y muchas veces -apostillo yo- sólo por razones asociadas al mercado y a la distribución, no porque estén en mal estado o no sirvan para el consumo humano. ¿Es esto moral? E, incluso, ¿es esto inteligente, más allá de un cortoplacismo interesado y tremendamente miope?...

Vamos a nuestro país y, para ello, hagámonos una pregunta un tanto retórica, por obvia... ¿Están relacionados salario y hambre? Ustedes dirán, pero no pierdan de vista el dato de que, en España, el 14,8% de los hogares en los que hay al menos uno de sus miembros trabajando viven bajo el umbral de la pobreza, según la OCDE y con datos de 2015. En Alemania tal tasa no llega al 5%. Pero sí, en España -signo de subdesarrollo- es posible trabajar y ser pobre a la vez. Entonces... ¿Quizá lo que se paga no llega, a veces, simplemente para ir sobreviviendo? Y la respuesta es afirmativa. Con setecientos euros, y no hace falta que yo se lo demuestre, es difícil pagar todo lo relacionado con el alojamiento, los servicios, la manutención y el resto de necesidades ya de una persona. Imagínense cuando de un sueldo tan exiguo dependen hijos o mayores... Entidades como la Red Europea contra la Pobreza, EAPN, nos alertan de tal lacerante realidad.

Hay debate, lo sé. Y hay personas y organizaciones que argumentan en contra de tal subida, por sí mismos o utilizando lo que han oído, fundamentalmente con dos ideas. La primera, que tal subida ejercerá un efecto contrario, ahuyentando la contratación y fomentando la precariedad y la economía sumergida. Y, la segunda, que dicha medida provocará, directamente, el debilitamiento o el hundimiento de ciertos nichos del sector productivo. Todo esto es bastante refutable, desde mi punto de vista. Pasen y vean...

Vamos por partes. Lo segundo, primero. Y es que, miren, cada empresa conocerá su modelo de negocio, su balance y su cuenta de resultados... Y si alguien está produciendo en una posición débil y pagando sueldos míseros, incompatibles con unas condiciones de vida dignas, quizá no deba existir como tal agente en un país moderno. Si, dándole la vuelta, la razón del éxito es que tus trabajadores no lleguen a fin de mes, habrá que cuestionarse cómo produces y si tu aportación al conjunto tiene sentido, ¿no?... Pero no se alarmen por esta afirmación: los indicadores no nos están mostrando, en general, una realidad así. La creación de riqueza post-crisis en España es superior al período inicial pero, ¿saben?, de una forma muchísimo más asimétrica. Los índices de desigualdad, como el Gini -ya hemos hablado largo y tendido sobre ello- están sacando fotografías de nuestra realidad verdaderamente claras y, en tal sentido, dramáticas. Resumiendo: el que gana, gana mucho más, atrincherado en posiciones donde se aprovecha de la pérdida de valor que afrontan muchos otros.

Y lo primero, ya. Decir que superar un cierto listón de salario puede provocar desafección de la contratación es un ejercicio que, en el límite, se practica también en otras economías, mucho más emergentes, con resultados en lo social altamente desastrosos. Y es que, ¿por qué no poner entonces el umbral del Salario Mínimo en 100 euros al mes? ¿O en 50? Para mí una cierta huida de tal relatividad se consigue equiparando el SMI a los ingresos necesarios para una cesta de la compra digna. Y esto, claramente, está más cerca de los 900 ó 1000 euros que de los 700. Sin duda. En ese entorno, el que trabaja para un tercero puede empezar a afrontar su propia vida de forma independiente. Con menos, muy difícil.

Algunas personas ponen voz seria, creen que convencen poniéndose un traje y se limitan a construir relatos esperados, pero no por ello menos vacíos. Replican argumentos poco creíbles para decir, sin paliativos, que esta subida sería una debacle. Craso error. Estamos ante un problema de intereses creados. Pero miren, que nadie pierda de vista el hecho de que un país con menos dosis de desigualdad es más vivible, más seguro y más exitoso en términos globales que aquellos -observen la generalidad del continente americano- donde la riqueza y la pobreza están más exacerbadas. Estos últimos llegan a producir realidades paralelas, con verdaderas jaulas de oro -para los atemorizados y ultraprotegidos ricos- y absolutas cloacas, donde malviven todos los demás. Me consta. Y... ¿es eso lo que queremos? Yo no. Y, no cabe duda, una buena vacuna es una senda -en la que no entro en plazos, oportunidades o lógicas políticas- en la que se suba el SMI en la línea de lo planteado por las formaciones políticas a las que aludo al principio del artículo. Y, como complemento, un fortalecimiento de la capacidad inspectora del Estado para evitar aquellas malas prácticas que intenten eludir tal obligación que espero pronto sea legal. Moral, desde hace tiempo...