Buenos días tengan ustedes! Postrimerías del mes de octubre y empezando a sentir el vértigo del cambio de año. Ya sé que aún quedan unas semanas pero, de verdad, ¿no se han dado cuenta de que el tiempo, más que fluir, se nos escapa a manos llenas?

Así las cosas, en el panorama doméstico y en el exterior hay abiertos muchos frentes. Y muchos de ellos parecen haberse enquistado en el tiempo, de forma que recirculan sobre sí mismos, sin visos de soluciones de cierto calado...

Aquí, a partir de la cita andaluza y poniendo la mirada también en mayo de 2019 -que no queda tanto-, todo huele a precampaña, campaña y requetecampaña. Al analista se le vuelve a antojar, una vez más, que para muchos de nuestros políticos y políticas su trabajo fuese una especie de gran partida de ajedrez, donde se sacrifican peones, uno se enroca u orquesta endiabladas jugadas solo por ganar posición de cara al envite final. Y este no es otro, siempre, que una nueva cita electoral.

Es en este contexto donde ha salido una nueva entrega del análisis demoscópico del CIS, Centro de Investigaciones Sociológicas. Denostada por unos y alabada por otros, según les vaya en ello, lo cual tampoco es una novedad. Pero donde sí clama y avisa con voz propia un dato que hoy me ha parecido importante traer a esta columna, de forma que sirva como aviso a navegantes. Porque el CIS afirma en su documento que nueve de cada diez españoles (el 91%, exactamente) consideran que hay mucha o bastante crispación política. Y buena parte de ellos cree que la culpa de tal situación de tensión es, en clave política, "de todos un poco", habiendo también un fondo importante de opiniones que ligan esto al papel de los medios de comunicación.

Con tales mimbres, creo que el aviso está dado. Efectivamente, creo que hay mucha crispación, y que la misma no es desinteresada. Creo que se está avanzando en la creación de una situación un tanto bipolar, dándose la paradoja de que, a pesar de tener un Congreso de los Diputados y una realidad social mucho más fragmentada en diferentes opciones, las mismas se reúnen en torno a polos que cada vez están más lejos. El absolutamente necesario diálogo, beatífico a la hora de desencallar los más complejos males a los que se enfrente un grupo humano, casi brilla por su ausencia. Y, mientras, determinados grupos extremos antes difuminados en realidades más inclusivas, empiezan a consolidarse y a mostrar cierto músculo y poder de convocatoria. Mal panorama.

Y es que la crispación, que sí creo viene creada directamente desde la política, nunca nos traerá nada bueno. Si tenemos problemas, y si hay dilemas que habrá que resolver de la mejor manera, una solución que verdaderamente aspire a serlo ha de pasar por la identificación de las amenazas, la búsqueda consensuada de soluciones, la identificación de diferentes escenarios de evolución de los problemas y, a partir de ahí, mecanismos de retroalimentación y evaluación para ir adaptando dichas posibles soluciones a cada momento. Son tan malas las posturas de mirar para otro lado, como si nada pasase, como las de no aceptar la diversidad y, a partir de algo tan cambiante como las mayorías, negar cualquier atisbo de razón a todo el que no sea yo y mis ideas. Esas "soluciones" parciales suelen terminar estrelladas al cabo de unos años, y cuanto atañen a temas estratégicos, el daño que infligen al bien común puede ser importante.

Si hay crispación, la clave es enfriarla, por encima de todo. No es de recibo que Casado llame golpista a Sánchez, claramente, y tampoco otro tipo de comportamientos y respuestas de otros signos. Si, además, consideramos todo eso amplificado por medios "amigos" de cada una de las cuerdas en liza, el desastre está servido: culto a la bipolaridad, y una sociedad cada vez más rota. Pero eso es algo que no podemos permitirnos, porque de tales polvos vendrán peores lodos. Experiencias hay de sobra a estas alturas, en pleno siglo XXI, que deberían encaminarnos más a buscar la ilusión por los proyectos colectivos y generar ciudadanía y valores, nunca crispar.

Pero la política, al fin y al cabo, no deja de ser un reflejo de la sociedad en la que esta se desenvuelve. Y sí, en la misma también hay mucha crispación. Vemos cada día más soledad, más frustración, más materialismo, mucha más indiferencia y un grado de violencia que llama verdaderamente la atención. Si no somos capaces de revertir esto ahora, puede que crucemos una línea -no tan lejana- que cueste mucho volver a retomar, en términos de haber edificado una sociedad menos vivible y menos compatible con una vida tranquila y suave.

Nuestros políticos tienen, como primer deber, trabajar por un proyecto colectivo viable e ilusionante. Luego ya vendrán las ideas y los matices que cada uno le quiera dar, pero sobre tal base. Los tristes ejemplos de corrupción, descrédito de las instituciones, juego sucio y baja altura moral minan, directamente, la base de cualquier convivencia. Y llevamos bastante tiempo así, con sus inevitables consecuencias. ¿Estamos dispuestos a cambiarlo? Ojalá... Y ojalá también algún día se hable menos en este país de la política y sus actores -meros facilitadores- y adquieran un papel más relevante los hacedores, en todos los ámbitos.