Hubo mucha vida estos días en los cementerios, gente que viene y va con escaleras, flores, algunas velas, el trajín de los vivos frente los muertos y su quietud.

El 1 de noviembre fue el Día de Difuntos, ese día que, por mandato del calendario, dedicas a acordarte de las manos ásperas del padre dejando sobre tu cabeza una caricia leve; la risa clara del amigo del que no te despediste porque un orgullo entre los dos pesó como solo pesa lo absurdo; la dulzura de la abuela cuando te daba, a escondidas, su tesoro de bombones, o la inocencia devota de la perrilla aquella que te quiso con locura. Ahí están, de repente, todos mis muertos reclamando su recuerdo.

El primero ni siquiera tiene nombre. Entró agonizando en el hospital y yo estaba allí, no sé por qué, puede que en alguna de esas urgencias que a menudo me procura mi mala salud de hierro. Si acaso tendría yo cinco años y él un par más. Aplastado por una máquina de obras, oí que dijeron. Recuerdo nítidamente su cara amoratada y su pelo rizado, castaño muy claro, casi rubio. También sé que era verano pero yo tuve frío. También sé que no lo podré olvidar jamás.

Después de todo echó a correr y ya no ha parado. Se me ha ido de entre las manos, a raudales, más o menos como a todos, gente a la que quiero todavía, a la que nunca dejaré de querer, gente que vive en mí y que hoy está aquí, escribiendo conmigo la columna, aunque la muerte sea una unanimidad que nadie ha conseguido detener a pesar de que todos guardamos la secreta esperanza de que acabe en nosotros esa injusticia.

Sin embargo, puede que no falte tanto. Algunos científicos pronostican la muerte de la muerte para dentro de no mucho, según sus últimos experimentos. "Dentro de poco nadie morirá", aseguran con la vanidad de quien tiene el destino entre las manos. Si tienen razón, ya mismo la vida será un estado continuo de juventud cebada por alguna droga bien diseñada, sostenida por la ingeniería genética o cualquier otro milagro sintético de los dioses de laboratorio.

Si se salen con la suya dentro de poco nadie morirá y perderán sentido los días como el de Difuntos, los días en general. Y así, dentro de poco, alguien pasará a la historia por ser el último hombre fallecido, el tipo sin suerte que llegará un segundo tarde a lo eterno, o un segundo pronto a la nada, quién sabe de qué lado computarán el caso, de qué opinión será quien diga, en íntimo responso, "que la tierra te sea leve", y herede su reloj.