Aclaremos el título para evitar malentendidos, no se trata de recordar al padre del rey emérito, que ya tuvo bastante con lo suyo y sus circunstancias; sino al Tenorio, el mito de don Juan en la versión de José Zorrilla que solía representarse estos primeros días de noviembre.

Siempre he preferido el personaje creado en El burlador de Sevilla por Tirso de Molina -presunto hijo del duque de Lerma- es antiaristocrático, rico, desvergonzado, mentiroso y, por supuesto, burlador. No habrá perdón para él y será precipitado a los infiernos en la escena final, producto directo del decadente imperio, de su ley, que será quien le castigue y el orden seguirá imperando.

Si hoy quisiese buscar un personaje similar, sería difícil, puedo atreverme a imaginar un híbrido entre Puigdemont y Villarejo, en algún aspecto no hay duda de que son burladores triunfantes y sin arrepentimiento como el don Juan de Tirso, la ley les corta las alas pese a que aún no hayan llegado a tocar el fondo del pozo y sigan con el agua al cuello, continuando su burla sin arrepentimiento.

Volviendo a Zorrilla, aquel joven emocionado que habla en el entierro de Larra y que, poco a poco, se va transformando en el profundo conservador que nos legará un don Juan bien distinto. El suyo será tan crápula, conquistador y

burlador como su antepasado; pero al enfrentarse con los recuerdos de sus fechorías, las ánimas de sus muertos acuden en su búsqueda, don Gonzalo, padre deshonrado, quiere llevárselo a los infiernos; pero la sombra del alma de doña Inés le recupera para subir al cielo entre un cortejo de ángeles. El discurso ha cambiado, del poder de la ley imperial que castiga con Tirso de Molina, pasamos al don Juan redimido, moralizado por una suerte de jesuitismo patriótico: "Mi voz, mi corazón, mi fantasía,/ la gloria cantan de la patria mía. No olvidemos que en 1844 estrena Zorrilla su Don Juan, al tiempo que El espadón de Loja, el general Narváez comienza a gobernar con mano de hierro y la Guardia Civil aparece por los caminos del campo español, como Dios manda.

Si el viejo golfo y burlador nos recordaba la simbiosis de Puigdemont y Villarejo, este nuevo Tenorio conservador puede llevarnos a reunir en una sola imagen a ese par de jóvenes de pasado poco claro, Casado y Rivera, destinados, por derecho de raza y clase, a traernos la salvación, a prometernos la felicidad eterna de la marcha atrás -dicho sea esto sin afanes pecaminosos- si abandonamos las malas costumbres políticas que nos invaden. Pese a todo siguen con la burla, con el escarnio y la mentira; pero sabemos que al final, una vez conseguida la voluntad de doña Inés -el poder, el gobierno- llegará el momento del arrepentimiento y subirán a los cielos ejecutivos, legislativos y judiciales.