Octubre ha sido un mes convulso en acontecimientos políticos, animados siempre por el pugilato, entre el poder y los medios de comunicación. La crisis de confianza, adueñada de la ciudadanía, ha suscitado la precariedad de la información oficial. La visita institucional de la vicepresidenta del Gobierno Doña Carmen Calvo Poyatos a la Santa Sede, no puede inscribirse, por su levedad y consecuencias, en el habitual talante diplomático. El "obstat" vaticano a sus declaraciones, posteriores a su entrevista con el Secretario de Estado, monseñor Parolin, han puesto de manifiesto que, en las esferas de la Iglesia, la verdad no basta con que sea propia sino que es preciso saberla compartida. No debe ignorarse el ancestral prestigio de la diplomacia vaticana, desde cuyo ágora se contempla el viento invisible de la política, cuando la historia se equivoca. Es tan rigurosa y, a su vez amable, que de modo imperceptible, es capaz de ordeñar la de fe los demás; sabe sonreír cuando tiene que negar y sabe pedir sin que se note. La vicepresidenta del Gobierno español no ha salido bien librada de su visita a la Santa Sede. El desmentido vaticano, rara avis en su diplomacia, ha tenido especial resonancia, tratándose de un gobierno, como el español, hoy tan poco proclive a las cosas de la Iglesia. Don Joaquín Ruiz Jiménez, que a mediados del siglo XX fue embajador cerca de la Santa Sede, apuntaba en ámbitos poco clericales: "El mundo va bien pero no le debemos de echar la culpa a Dios".

Otrosí digo

Como suele suceder en asuntos relativos con El Vaticano, de nuevo los medios de comunicación españoles enfocaron sus cámaras y micrófonos al exalcalde de La Coruña y exembajador en El Vaticano Francisco Vázquez, que matizó la excepcionalidad del mentís del vaticano a las declaraciones de la Vicepresidenta del Gobierno español, hecho que le causó asombro por lo inaudito. D. Francisco, de facundia ilustrada, dado al carácter inusual del asunto, debió haberse presentado ante las cámaras con el vistoso uniforme de embajador, con su gorro y su espadín. Estamos seguros que, circulando entre el esplendor de los salones y aposentos de nuestra embajada cerca de la Santa Sede, habrá sentido alguna vez el deseo de tratarse de Vd. a sí mismo.