Las leyes con que juzgas, ¡oh Batino!,

menos bien las estudias que las vendes;

lo que te compran solamente entiendes;

más que Jasón te agrada el Vellocino.

El humano derecho y el divino,

cuando los interpretas, los ofendes,

y al compás que la encoges o la extiendes,

tu mano para el fallo se previno.

No sabes escuchar ruegos baratos,

y sólo quien te da te quita dudas;

no te gobiernan textos, sino tratos.

Pues que de intento y de interés no mudas,

o lávate las manos con Pilatos,

o, con la bolsa, ahórcate con Judas.

Francisco de Quevedo

Este viejo soneto podría venir a cuento con otro título, Jueces, políticos y banqueros, puesto que los clásicos, lo son por la vigencia de sus obras, para ayudarnos a entender el mundo en que vivimos, las tradiciones sobre las que descansa nuestra cultura y nos enseñan a discernir un buen producto de una burda farsa. Ahí descansa la ironía de Quevedo, que todavía sigue en las mismas; fue un político intrigante al servicio del duque de Osuna hasta que cayó en desgracia y estuvo a la sombra varias veces, porque su obra satírica no le cayó simpática al conde-duque de Olivares; quizá por eso aquí se muestre pesimista, por su propia biografía; menos mal que en estos siglos algo hemos avanzado, o no. Pero tampoco seamos mártires, porque estos peligrosos individuos tienen el mérito de haber concebido obras maestras entre rejas.

A Tomás Moro lo encerraron por haberle puesto la proa a Enrique VIII y sus ansias antipapistas. Los carmelitas descalzos de Ávila pasaron lo suyo; Juan de Yepes o Teresa de Cepeda y Ahumada tuvieron problemas con los colegas calzados, supongo que por aquello de la teología; menos mal que a él los meses de prisión le sirvieron para escribir parte del Cántico Espiritual. Algo así le debemos a Fray Luis de León, también acabó en la cárcel por traducir el Cantar de los Cantares, algo pecaminoso, en lengua vulgar y sin licencia.

La contabilidad de Cervantes no está clara, ni sus penurias y miserias. Voltaire, rebelde contra los poderes, habitó la Bastilla. La tormentosa relación entre Rimbaud y Verlaine acabó a tiros sin heridas graves, éste acaba encarcelado, marchito y malbebiendo absenta en los cafés más pobres de París.

Oscar Wilde fue popular en el Londres victoriano, pero sus relaciones le llevaron a tres prisiones con trabajos forzados. Miguel Hernández o Buero Vallejo sufrieron, entre tantos otros, las hospederías franquistas.

Burroughs, Jack Kerouac, Ken Kesey siempre estuvieron en el filo de la navaja. Jean Genet conoce la prisión a los quince años y levantará cabeza gracias a Cocteau, Sartre o Picasso, que intercedieron ante el poder político por sus problemas con la justicia.

En resumen, un recuerdo a vuelapluma para llegar a reconocer que poco hemos cambiado, que la justicia más poderosa sigue en el candelero cuando tropieza con el poder real y parece que cómicos y banderas siguen en conflicto.