14 de noviembre, un día perfecto para volver a vernos. Espero que estén bien, que sigan estupendamente y que, si no es el caso, que los achaques de la salud, la economía o en el resto de sus temas de interés se disipen pronto. Porque, como les digo siempre, toca estar lo mejor posible, en este momento del cono del espacio-tiempo en el que nos encontramos.

Aunque es bien cierto que, en lo tocante a lo de todos, a veces es difícil mantener la calma. Y es que hay quien confunde el bien común con el "vamos a complicarlo todo un poco más". Y esto, de lo que uno no está libre en cualquier ámbito, nos concierne especialmente cuando la instancia implicada tiene el suficiente poder como para que la dificultad que introduce en nuestras vidas sea importante y afecta a un importante número de personas.

Lo del Ministerio de Fomento y el pretendido peaje a las autovías, a mi humilde entender, va por ahí. Una tierra ya desangrada por el aberrante peaje que alimenta a inversores y rentistas extranjeros a costa de nuestro esfuerzo y sudor, amplificada por la denigrante displicencia o complacencia de determinados políticos, que hincharon la vaca hasta el infinito, corre el riesgo de verse acompañada ahora por peajes adicionales, a los que llamaran blandos, pero que yo considero definitivamente insoportables.

Y es que sí, la propuesta estrella del Ministerio para recaudar los fondos necesarios para mantener las autovías es hacerlo a costa de los usuarios. Nada de progresividad, vía impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas, sino absoluta regresividad. Es decir, una brillante propuesta con la que, sea usted el primer multimillonario de esta tierra o el último de sus precaristas, que se ve obligado a conducir durante horas al día para encontrar un mínimo trabajo con el que alimentar a su familia, pagará lo mismo. Regresividad, como digo, e involución.

Miren, vivimos en una tierra donde los trayectos alternativos a las autopistas y autovías son prácticamente inexistentes. La vergonzosa N-550, que sigue ahí impertérrita frente al paso del tiempo, sin una mínima mejora que haga medianamente viable el A Coruña-Vigo o A Coruña-Pontevedra sin utilizar la autopista de peaje, es de juzgado de guardia. Hubo quien planeó construir una autovía alternativa a la autopista, sí, en un proyecto que pronto engrosó la nómina de los que se quedan en un cajón. Y, mientras, diferentes fondos que ni nos conocen ni les importamos se dedican a expoliar nuestras carteras, con varias subas anuales bendecidas desde nuestra Administración Pública, al tiempo que los fondos dedicados a un mínimo mantenimiento son menguantes. Pues hete aquí que, en medio del fragor de la batalla por asumir desde la Xunta de Galicia tal autopista, de forma que su gestión sea llevada al menos en la corta distancia, hay quien tiene la ocurrencia de que la A-6, la A-52 y la A-8 se tornen también en infraestructuras de peaje. ¡Menudo panorama!

Pero hay más... ¿Sabían ustedes que la duración de la concesión de la AP-9 será la mayor en toda España? ¿Y sabían ustedes que, mientras aquí la Administración se afana en buscar nuevas vías por las que cobrar peaje, muchas de las autopistas centrales de otras comunidades están en proceso de finiquitar los mismos? El ministro, en un alarde de brillantez profesional, afirma con rotundidad que sería bueno que hubiese peaje en las autovías gallegas para equiparar así a nuestra comunidad con otras que ya lo pagan... De acuerdo, señor ministro, pero entonces, ¿qué me dice de la AP-9? Porque el esperpento vivido aquí no tiene parangón en ningún otro territorio patrio. ¿Jugamos a equiparar, pues? ¿Qué me dice?

He conducido muy a menudo por autopistas de toda Europa y las tarifas planas, la gratuidad y los importantísimos descuentos por un uso frecuente de las infraestructuras contrasta con lo que padecemos aquí, en una tierra donde el mileurismo ya implica cierta posición socioeconómica, y donde hay muchas personas que no pueden plantearse un trayecto A Coruña-Vigo, simplemente porque no está al alcance de sus posibilidades. Lugo, con estar más lejos de Santiago, es un destino mejor para coruñeses desplazados por cuestión de trabajo, porque ir allí resulta hoy más barato que afrontar la ofensa continua que implica un peaje exacerbado y nada justificado entre las dos principales ciudades de la provincia, Coruña y Santiago. Y en vez de buscar fórmulas para abaratar tales trayectos para los usuarios frecuentes, en vías de titularidad del Ministerio, este se dedica a frivolizar y a buscar nuevos nichos de mercado, sin darse cuenta del desafortunado impacto para nuestra comunidad... Y, además, de forma regresiva, repito. Nada de contribución vía renta, que es lo verdaderamente valiente. No, no. Vaya usted a su aldeíña a coger cuatro berzas o lleve usted un despampanante Ferrari, pagará igual. ¿No les rechina?

En fin, en todo caso aquí queremos quedarnos con lo positivo que podamos aplicar a nuestras fórmulas de convivencia. Y si yo fuese el Gobierno, me pensaría muchísimo determinados experimentos a los que llaman valentía -lo dijo el secretario de Estado- pero que a mí me parecen cobardía porque no ataja la raíz de todos los problemas: la rapiña a la que nos somete la AP-9 a partir de decisiones de políticos que no estuvieron a la altura de las circunstancias, por un lado, y la necesidad de rebajar tal presión sobre los usuarios frecuentes de esa vía y de las que vengan a continuación... Solo así, en un esquema general mucho más blando de pago por uso, podríamos pensar en extender tan socorrida práctica. Si no es de esa manera implicará un nuevo desastre, asfixiante e insoportable, que habrá que sumar al ya llamado "el patinazo del diésel" donde el Gobierno no decide penalizar los coches antiguos, sino a los diésel, porque sí, cuando desde todos los actores implicados se reconoce que los vehículos de gasóleo homologados EURO 6 son mucho menos contaminantes a efectos de descarbonización, que los gasolina o, incluso, los híbridos.