Buenos días en este 17 de noviembre, con un veranillo de San Martiño que estará haciendo las delicias de aquellos a los que les gustan los días claros y el sol. Ciertamente, dicen que las sorpresas positivas imprevistas son doblemente especiales y un día bonito, a estas alturas del año, da mucho juego.

Juego también está dando a la prensa el acontecimiento social que estos días tiene lugar en la ciudad, y que enlazará a mediáticas personas en una boda singular. Vaya por delante, sin conocerles de nada, mi enhorabuena, ya que uno se alegra de todo lo bueno que le pase a cualquier ser humano. A partir de ahí procederé a reflexionar sobre aspectos como la tensión entre la discreción y la privacidad a veces exigida por los protagonistas de este tipo de acontecimientos, y lo que ponen verdaderamente de su parte para ello. A ver qué les parece, porque es un tema que salta constantemente a la palestra, siempre de mano de personas notorias en sus respectivos ámbitos de influencia.

Miren, les seré claro. Yo me casé en secreto. Obviamente mi familia y amigos lo sabían, pero el que hoy es mi marido y yo habíamos decidido formalizar el enlace lo antes posible, ya que un recurso presentado por cincuenta parlamentarios del Partido Popular -jocoso y penoso, ya que alguno de esos cargos electos hizo luego uso de tal norma, o asistió a bodas de terceros permitidas al albur de la misma- amenazaba con dar al traste con una ley que permitía acceder a derechos fundamentales a personas que antes no los habían tenido: la comunidad LGTBIQ. Más concretamente, el miedo a la suspensión cautelar de dicha ley al admitir el recurso a trámite, nos metió prisa.

Éramos la primera pareja que se casaría al amparo de tal novedad en el Ayuntamiento de la ciudad, al optar por algo sencillo y no necesitar el Salón de Plenos, donde no se nos hubiese dado fecha hasta varios meses más tarde. Y, claro, no teníamos ganas de protagonizar la crónica rosa -o amarilla- del momento. Incluso de algún tabloide, a partir de una filtración en el Juzgado o el Ayuntamiento, me llamaron para preguntarme si era verdad "aquello de que me casaba ese sábado". Les dijimos que si querían hablar del enfoque de derechos LGTBIQ, no había problema, pero si lo que querían es una cutre fotografía de unos tíos corrientes, grises y nada glamurosos, no procedía. Fue el mismo día, 1 de octubre de 2005, en que en Madrid se casaba Pedro Zerolo, en paz descanse. Ya ha llovido.

Con todo, y realizados los trámites previos en sede judicial, se ofició la boda. Simple y bonita, nos casó la amiga y entonces teniente de alcalde Mar Barcón, ante las personas justas. Un par de testigos, algún funcionario, la oficiante y nosotros. Ah, y un amigo que se empeñó en hacer algunas fotografías. Fue, para mí, la boda más maravillosa, que recordaré toda mi vida, y que se convirtió en la antesala de algo que sigue intenso y fuerte, renovado y reforzado, en el día de hoy. Como merodeaba algún fotógrafo por el lugar, y ante la duda de que pretendiese la cutrefoto que me habían solicitado y que no fue aceptada, hicimos como que éramos unos visitantes del Museo de Relojes del Concello. En un momento dado nos encerramos todos en el Despacho Oficial de Alcaldía y... procedimos. Nada más. Ah, sí, un café en la plaza antes de continuar con un día de sábado que para mí era de trabajo intenso. Cena en pareja en un restaurante que nos agrada y una suite en el mismo hotel que hoy acoge a los invitados de la boda referida, y punto. Era nuestra fiesta y nuestra vida.

Si uno verdaderamente quiere discreción, obra de puertas para adentro, sin más. Ni una formidable celebración ni filtraciones de quién va a ser el modisto o de quién hará los arreglos florales. Firma del contrato matrimonial, ceremonia privada y poco más. Se puede proceder de forma distinta, claro, y cada uno es muy libre de hacer absolutamente lo que quiera con su vida y su presupuesto. Pero que luego ni pida confidencialidad, ni reivindique aislarse en una esfera netamente privada que no propicia, saliendo en revistas propias de ese mundo llamado del corazón, pero que poco tiene que ver con la cardiología.

Felicidad, pues, a los contrayentes, a todos los contrayentes de cualquier lugar, pero también coherencia entre la gestión de la vida privada y la pública. Y lo digo aunque ahora me permita la licencia de airear aquello en lo que fui cauto, precisamente para explicar lo importante que es esa correlación entre lo que decimos que queremos y lo que verdaderamente hacemos. ¿No lo creen así?

Un último apunte para apostillar que, en este terreno, lo importante es lo que sucede a partir del día después. Porque, hoy, más del cincuenta por ciento de los matrimonios -algunos con celebraciones a la altura del papel couché- se disuelven tan pronto se acaba la fiesta y empieza la convivencia, para la que también hay que tener la disposición, la actitud y el amor y generosidad necesarios... Y, por supuesto, mucha más de la coherencia a la que me refería antes...