Las elecciones andaluzas pueden marcar tendencia. Todas las encuestas dan por descontada la victoria del PSOE, pero a partir de ahí las incógnitas se suceden. ¿Por cuánto ganarán los socialistas? ¿Quién ocupará el segundo lugar? ¿Resistiría Pablo Casado unos resultados nefastos para su partido? ¿Sigue perdiendo fuelle Podemos o la crisis del prestigio podemita se singulariza en su líder carismático? Al ser la comunidad más poblada de España -y una de las más pobres atendiendo a su renta por cápita-, Andalucía tiene un importante peso político que se traduce en influencia y en recursos presupuestarios. Clásico granero del voto socialista -aún más en la medida que el PSOE ha ido cediendo posiciones en las ciudades y ha perdido su tradicional centralidad en comunidades como Cataluña o el País Vasco-, el deterioro en las expectativas de cualquiera de los partidos nacionales en los comicios andaluces augura consecuencias sísmicas para el resto del país.

Porque la victoria socialista permitirá calibrar el momento Sánchez. Un resultado aplastante posibilitaría que Susana Díaz se reivindicase frente al presidente del gobierno, mientras que una victoria ajustada provocaría el efecto contrario. Las autonómicas andaluzas determinarán también la erosión causada por Podemos al voto socialista, tal vez menor de lo previsto. La formación morada, tras una sucesión de errores estratégicos -y la más que evidente revuelta de muchos de sus barones; el último caso, Carmena en el Ayuntamiento de Madrid-, parece desinflarse a una velocidad acelerada. Del asalto al poder a no superar el 17 o el 15% de intención de voto, median apenas unos años. Por supuesto, España agradecería una mayor estabilidad. Por otro lado, el partido se juega también en el centro y en la derecha. Casado no logra lanzar un discurso que cale entre sus bases, lo que dificulta la adecuada movilización del voto popular, que oscila entre la apatía abstencionista y la tentación de optar por otras alternativas. Ciudadanos, en especial, capitaliza buena parte del electorado urbano -las encuestas andaluzas lo sitúan el primero o segundo en la mayoría de las capitales- y ha apostado fuerte con la presencia tanto de Albert Rivera, su líder nacional, como de su mujer fuerte en Cataluña, la jerezana Inés Arrimadas. Vox, por su parte, amenaza con irrumpir en el parlamento por primera vez en unos comicios autonómicos, al amparo del deterioro de las expectativas de los populares y de la encrucijada favorable que vive la extrema-derecha en toda Europa. Cabe preguntarse qué supondrá para la política española el notable deterioro electoral del principal partido de centro derecha. Una primera hipótesis invita a pensar que podría mover a C's hacia el centro izquierda y el PP hacia los postulados neocón de los años 80/90. Veremos. Andalucía, como termómetro de la coyuntura nacional, nos sugiere otra lectura, a saber: el papel de las tensiones regionales. Si los asuntos cruciales de la modernidad giran en torno a la recuperación de las clases medias, la competitividad global, el salto tecnológico o las políticas medioambientales, en España seguimos engarzados en debates propios, más inspirados en el siglo XIX que en el XXI. Unas tensiones regionales que introducen a nuevos actores -Valencia o Navarra, por ejemplo- y que auguran algún tipo de transformación de calado a medio plazo: ¿una reforma federalista de la Constitución? ¿Un giro jacobino? A saber. Desplazarse de la parálisis a la transformación parece ya una necesidad ineludible. Hacerlo con inteligencia constituye nuestro deber.