Buenos días. Les saludo en esta nueva jornada del Día del Voluntariado, que como cada 5 de diciembre recoge lo mejor de nosotros mismos y nuestro aporte altruista y solidario a los demás. Feliz día, como siempre, y esta vez, muy especialmente, a todas esas personas que se dan un poquito -o un mucho- a otras personas, de manera formal o informal, y muchas veces sin ser conscientes siquiera de ello. Sobre tal temática propongo hoy mi columna.

Les confieso que hoy les iba a hablar de la Constitución Española y su cuarenta aniversario, pero por alcance conceptual me he decantado por este otro tema. Tiempo habrá para hacer un somero análisis de qué nos ha reportado y qué falta -a nuestro juicio- en la Ley de Leyes, que nos hemos dado hace cuarenta años ya. Pero hoy, repito, me parece incluso más importante referirme, de forma general, a ese concepto que engloba todo aquello que las personas, aquí, en Sidney o en Kuala Lumpur, hacen por los demás como parte de un proceso de implicación, en primera línea, en la sociedad. Y que hoy, tal y como presentaba en el primer párrafo, vive su día grande. Porque Naciones Unidas ha elegido esta fecha para señalar bien grande en el calendario que voluntarios y voluntarias celebran hoy su día.

Y es que el voluntariado es una de las piedras angulares sobre las que se edifica una sociedad verdaderamente consistente. Dice Duncan Green que para conseguir cambiar en positivo el mundo hacen falta, por una parte, estados eficaces -que funcionen, generadores de oportunidades, que simplifiquen la vida de sus nacionales y libres de corrupción, por ejemplo- y también ciudadanos activos y comprometidos. Y en esto último, no cabe duda, la opción de trabajo voluntario es un paso importante. ¿Por qué? Porque no se enmarca en una mera relación de intercambio, sino que se imbrica directa y claramente en valores como la justicia social y la solidaridad. El voluntario, en una esfera netamente diferente a la del trabajo remunerado, produce una acción de cambio social con su ejemplo y su testimonio, en el ámbito que sea. Y esto tiene un valor incalculable, mucho más allá de lo pecuniario o lo operativo. Es, en sí, una buena forma de edificar convivencia, democracia y capacidad colectiva.

He tenido muchas experiencias muy cerca de personas voluntarias, trabajando directamente en entornos de voluntariado o siendo voluntario yo mismo. Y, se lo puedo asegurar sin ninguna duda, esto siempre ha sido muy positivo para mí en términos de aprendizaje y vivencias. Con sus más y sus menos, sus éxitos y sus fracasos, sus tensiones y sus momentos felices, el trabajo en entornos de voluntariado suma mucho más que la labor que se realiza, e incluso más que los resultados obtenidos. Porque en el voluntariado se da más que nunca la máxima de que el camino es parte de la meta. El hecho de ir haciendo, desde una perspectiva de generosidad y contribución a lo común, contiene en sí de forma contundente el objetivo que con tal acción se quiere alcanzar. Y eso es especial.

Aunque hoy sigo siendo voluntario en un par de cosas, lo cierto es que estoy mucho menos en contacto con este mundo. Y, francamente, lo echo de menos. Las anécdotas y los recuerdos se agolpan de tal manera en mi cabeza cuando pienso en ello, que no podré afrontarlo en este exiguo texto sin dejarme casi todo en el tintero. Pero déjenme que les cuente algo a lo que tengo especial cariño. En un momento dado, teniendo responsabilidades en una organización y haciendo entrevistas a nuevas personas voluntarias, detecté que un médico psiquiatra me enviaba, directamente, a personas con crisis depresivas. No les aconsejaba que hiciesen voluntariado, no, sino que les daba directamente el teléfono y dirección donde encontrarnos. Un día, un tanto intrigado, le llamé. Identificándome, pedí hablar con tal profesional y le interpelé sobre tal cuestión. En ese momento descubrí que tal médico llevaba muchos años más con tal práctica, y que afirmaba rotundamente que una acción voluntaria organizada y verdaderamente creadora de valor tenía un poder terapéutico real en las personas que él había podido constatar en muchos individuos, con evolución muy positiva. Y que, siendo consciente de que algunas de tales personas habían encajado muy bien en el proyecto que en ese momento yo lideraba, resolvió no buscar más...

Voluntariado, pues, también como forma de ayudarse a uno mismo. De recuperar quizá un sentido en un mundo líquido y posmoderno, competitivo y trepidante, que genera tantas frustraciones y tristezas, quizá más volcado en el ruido que en una vida más coral y simple, basada en las personas y sus emociones. Voluntariado que ayuda y que te ayuda, que siente y que hace sentir. Voluntariado como expresión de amor y, al tiempo, de sesuda racionalidad en busca de soluciones más equitativas y justas. Voluntariado como poesía y como capacidad de cambio. Voluntariado orientado a las personas, y transformador de realidades. Voluntariado que rompe moldes, y también fronteras...

Voluntariado que atiende a enfermos. Voluntariado que cura. Voluntariado que pasea como antídoto contra la soledad. Voluntariado raudo para atender en un momento difícil, a veces arriesgando su propia integridad. Voluntariado que ayuda a vivir. Voluntariado que ayuda a morir, simplemente dando la mano y acariciando con dulzura. Voluntariado que transporta. Voluntariado que gestiona. Que acompaña. Que suma. Que suma. Que suma...

Feliz Día de Voluntariado, 5 de diciembre. Feliz Día, Voluntarias y Voluntarios. Vosotros cambiáis el mundo.