En aquel viejo y actual soneto de Quevedo que comienza con el cuarteto: "Miré los muros de la patria mía/ si un tiempo fuertes ya desmoronados/ de la carrera de la edad cansados/ por quien caduca ya su valentía". Se nos pueden contar muchas cosas; alguien, quizá no muy acertado, interpreta que literalmente habla sobre los muros de Madrid; seguramente es más probable que esté estableciendo un paralelismo en el que nos cuente las penas sobre su España en decadencia con bancarrota y el deterioro de su propia salud; sigue hablándonos de la decrepitud del campo, los arroyos, el monte, los ganados; es decir su vida exterior. Continúa con su casa, su habitación, su báculo, su vida íntima. Para terminar con el terceto perfecto: "Vencida de la edad sentí mi espada/ y no hallé cosa en que poner los ojos/ que no fuese recuerdo de la muerte.

Seguro que habrá quien eche mano del poema, alguno por mi culpa, para hablar del apocalipsis que nos espera a la vuelta de la esquina, agoreros los ha habido siempre y parrilleros, que arriman el ascua a su sardina, abundan como las setas en otoño; quizá por esa razón, no haya que echar las campanas al vuelo, hay tiempo para que salgan a rebato. Mientras tanto, tendremos que parar, templar y mandar. Habrá que detenerse en el análisis, los muros, las defensas o los huesos de Quevedo, no están derruidos; quizá sí deteriorados en la Europa occidental, explotando o a punto de hacerlo; un chaleco amarillo no es más que un símbolo de una parte de la sociedad que sobrevive malamente, para el que las emisiones de CO2 no son más que excusas para recortar sus condiciones de vida para llegar al día 15 del mes, frente a los bobó, los bourgeois bohème, los burgueses acomodados, que pueden vivir sin coche para trabajar, pagar la riñonada por uno eléctrico o tratar de reivindicar a Petain como gran militar. Todo ello sin tener en cuenta a jóvenes, parados o pensionistas cuyo desencanto ya se da por amortizado. Cuando en Francia los adoquines se tambalean, alguien se los comerá; Pompidou fue el primero y ahora nadie se acuerda de la dimisión de De Gaulle meses después.

No había playa bajo los adoquines; pero sí hubo un nuevo panorama, una nueva sociedad. Puede ser que los poderosos imitadores actuales de los viejos derrotados duren menos que sus antecesores de hace 50 años. Hay que tenerlo previsto para nuevos mandatos en nuevas formaciones sociales; la socialdemocracia supo hacerlo en su momento, a trancas y barrancas. Veremos ahora.

Si en Francia y Alemania las cosas no funcionan ya sabemos que nos irá mal a los pequeños, parece que lo que se dado en llamar "cordón sanitario" está funcionando en ambas potencias; pero en las periferias no está ni un poquito garantizado.

Quizá la siguiente generación tenga que pensar ya en Volver a empezar no como el entrañable protagonista de Garci, sino como se hizo hace décadas, que nada de lo actual fue regalado.