Lo más sorprendente de las últimas elecciones andaluzas, me parece a mí, no es tanto el hecho de la aparición de Vox en el Parlamento, como la aparente conmoción que esto ha causado entre unos y otros. Es curioso, porque, que yo sepa, en España, la derecha es y ha sido siempre (en democracia) la ideología predominante. Sin duda, cuarenta años de dictadura, derechísima, hicieron mella, además de haber despejado el camino de contrincantes políticos. Los "valores y principios" que esgrime Vox no me parecen a mí tan alejados de los de cualquier otro partido de derechas. Les falta filtro, eso sí, pero ellos no están en posición de morderse la lengua, como otros, y, en fin, digamos que se lo pueden permitir. De ahí que hayamos leído y escuchado en los últimos días afirmaciones y proclamas de este partido que asustan por lo pavorosamente necias, atrabiliarias, despóticas y trogloditas que nos resultan. Sin embargo, no hay nada nuevo en el horizonte. Es lo mismo de siempre, lo que cualquiera de nosotros ha venido escuchando aquí y allá desde que tiene memoria política. Es la derecha española, camuflada tantas veces de derecha gallega o vasca o catalana. La derecha de la religión en la escuela pública, la de las prebendas a los colegios concertados, la de la privatización de la Sanidad y de la Justicia. La derecha que se opone al matrimonio gay, al aborto y, hasta no hace tanto, al mismísimo divorcio. La derecha del atávico temor al extranjero, la que coarta la libertad de expresión y el derecho de manifestación. En fin, la derecha nacionalista y abanderada (da igual el color del trapo) que tradicionalmente ha sido una rémora para el progreso social y económico de este país (aunque ellos siempre se han arrogado una eficacia en este último campo que, como hemos podido comprobar tantas veces, ha resultado dudosa y corrupta).

Leí el otro día un artículo del gran Julio Llamazares en el que ofrece un dato mucho más interesante que todas las teorías que he escuchado en torno a las posibles causas del auge de Vox (la amenaza independentista, la inmigración, el desempleo, etc.). Resulta que el municipio con mayor porcentaje de votos a este partido ha sido El Ejido, una población con 89.000 habitantes y ninguna librería.

Los políticos, tanto de derechas como de izquierdas, parecen mantener una encontrada relación con la cultura. Les parece un incordio. Algo menor de lo que salen del paso como pueden, a veces con estupideces megalómanas en forma de Ciudades de la Cultura, otras centrando sus esfuerzos en las a menudo temibles fiestas populares de gran raigambre ibérica.

No obstante, ante los disparates de Vox, creo que los partidos progresistas de este país deberían sacudirse de una vez por todas las medias tintas y enfrentarse a aquellos con sus ideas bien altas y claras. Y con libros, por dios.