Ayer guardamos un minuto de silencio en los centros escolares, recordando a nuestra compañera Laura Luelmo. Una profesora hasta estos días anónima, y que desgraciadamente ha pasado al primer plano de la vida pública. Ojalá nunca hubiese sido así. Pero la realidad se presenta acerada, descarnada, alambicada y triste. Profundamente triste. No entraré en detalles sobre qué ha pasado. Ya lo saben. Y estoy seguro de que estarán tan apenados, consternados, lastimados y confundidos como los chavales a quien pude ver, en primera persona, guardando ese respeto.

No es la primera vez que ocurre. Hay muchas más mujeres que han perdido la vida precisamente por eso. Por ser mujeres. Objetos de deseos imposibles de hombres enfermos. Pero objetos, sobre todo, que se encuentran con seres para los que conceptos como la empatía o el respeto son de otra galaxia. Y que entonces, en nombre del deseo, incluso a veces del amor, de la compulsividad y de una extrema violencia, rompen, destrozan y matan. ¿Hasta cuándo vamos a encontrarnos, por los caminos, sus juguetes rotos?

Ya les he contado muchas veces mi sorpresa y hasta una cierta vis cómica cuando en Guatemala me preguntaban cómo hacía con mi seguridad cuando les decía que iba a correr por el paseo marítimo de A Coruña. Piensen que Ciudad de Guatemala es una urbe verdaderamente insegura, con muchos problemas en la calle que hacen que yo no tuviese permitido -ni fuese aconsejable- caminar por ella. Allí las pandillas juveniles y otros problemas asociados a la profunda inequidad hacen que vivir cada día sea, a veces, una pequeña odisea para sus pacíficos habitantes. Les decía yo "¿Seguridad? ¿Cómo?", para explicarles seguidamente que la de aquí es una realidad tranquila, donde no hay estos problemas. Pues bien, en momentos como este me doy cuenta de que mi análisis es parcial y sesgado, y hasta erróneo. ¿Por qué? Pues porque la mía es una mirada de hombre. Seguramente uno no tiene demasiados problemas por ello. Pero, para una chica como Laura, la cosa cambia. Yo mismo me he sorprendido alguna vez al ver a una chica joven en ropa de deporte en el paseo, internándose hacia la oscura y solitaria Torre de Hércules, y sentir cierto desasosiego. Y eso, de ningún modo, puede ser. ¿Por qué ellas van a tener problemas por eso? ¿Por ser mujeres?

Me ha pasado lo mismo en algún paraje que no voy a desvelar, y por el que paso frecuentemente. Zonas de playa donde personas, muchas veces a altas horas de la noche o de la madrugada, aprovechan para hacer deporte y estar en contacto con la naturaleza. A veces en pareja o en grupo. Y, a veces, en solitario. ¿Se dan cuenta que es un drama, en sí, el hecho de que hayamos interiorizado que ellas han de tener un cuidado que nosotros, salvo raros casos, no necesitamos? ¿Con qué tipo de monstruos convivimos, que mantienen viva tal asimetría? ¿Qué podemos hacer para cambiarlo?

A la hora de escribir este artículo hay un detenido por la presunta comisión de tan horrendo crimen. Como muchas veces en este tipo de luctuosos episodios, un reincidente jamás reinsertado y sin que se hubiese revertido su peligrosidad. A la espera de lo que vaya arrojando la investigación, ¿ha de servir este desgraciado caso -sin vuelta atrás para Laura y su entorno- para ameritar una reflexión sobre el tratamiento de tales perfiles en nuestra sociedad? Nótese que la misma está profundamente dolida y revuelta, y aún por encima habrá quien saque partido de ello, en términos electorales, desde el populismo y el planteamiento de postulados contrarios a los derechos más elementales de las personas. En este contexto, ¿hemos de aprender algo en términos de cumplimiento de penas, tipos penales y otros elementos jurídicos y procesales? Ahí queda esta pregunta abierta...

Les decía que hay más casos como el de Laura. El de Elisa sigue impune y muy presente, después de un asesinato que segó una vida y una familia en el Concello de Cabanas. También caminaba por el bosque cuando fue asaltada. Gravísimo. Digno de perder la confianza en la condición humana. Diana corrió la misma suerte, y si su caso se resolvió -no para ella- fue, en parte, porque el monstruo volvió a intentarlo. Y es que a pesar de los esfuerzos de quien tiene encomendada tal misión, no es fácil ni siempre posible juntar todas las piezas de puzles infinitos, a veces con más preguntas que evidencias. En el drama de Marc y Paula, allá por un pantano de Susqueda que esos días se volvió tenebroso y amedrentó nuestras vidas, permanecen abiertos muchos interrogantes. Mari Luz, Marta, Rocío... Muchos nombres, menos o más anónimos...

Mientras, la vida sigue, a pesar de los destrozos y del pesimismo y rabia generalizados. Tenemos que tratar de sobreponernos. Pero, no lo olviden, a nuestras alumnas e hijas tenemos que reconocerles que sí, que hay monstruos. Es una realidad que, desgraciadamente, no podemos soslayar. Paula, por su profesión, tenía la misión de educar en igualdad y conforme a valores cívicos y, por su actividad reciente en la Red, es evidente que estaba muy comprometida con ello. Sírvanos ello como acicate y, a pesar de todo, continuemos... Será el más bello, sencillo, sentido y cálido homenaje a su destruida vida.

Lo siento. Bien que lo siento.