Saludos, señoras y señores, en esta mi última columna de 2018. Un año más -y van diecisiete- en el que, un mes tras otro, he tenido el placer de compartir con ustedes, dos veces a la semana, algunas de las ideas que me ha ido sugiriendo la más rabiosa actualidad. Y, a veces a partir de ahí, esto ha sido el germen de interesantes debates o agradables tertulias más o menos informales, siempre desde la premisa del respeto y del hegeliano ejercicio de la síntesis a partir de una tesis y su antítesis. Pura vida, pues, dimanada de una oportunidad que se le agradece al periódico. Claro que sí.

Saliéndonos ya del papel y la tinta, o del portal web, pasemos a la vida real... ¿Cuáles son sus sentimientos sobre el año que hoy termina? ¿Les ha ido bien o les ha ido mal? Porque es bien cierto que cada uno habla de la feria según le fue en ella, y todos tenemos períodos en que las cosas van mejor, van peor, o se van manteniendo. Años de estrellato y años en que quizá uno se estrella en cada minuto. Momentos buenos y momentos menos buenos, o decididamente malos. ¿O no? A pensar un poco en voz alta sobre esta cuestión dedico los pocos párrafos que faltan...

Y es que precisamente el otro día, hablando de uno de los temas que más me interesa, el del abordaje y mejora de la situación de personas en situación de calle, alguien decía que se ha constatado que, en la etiología de dicho estado -de los más críticos que se conocen- siempre aparece al menos un número mínimo de hechos traumáticos seguidos en un período corto de tiempo, llegando incluso a cuantificar que hablaríamos de hasta siete en tres o cuatro años. Por contra, mi fuente explicaba que, en una situación normal, una persona recibe tres o cuatro hechos traumáticos en toda su vida, de forma que una de las características de las personas en situación de calle es el colapso personal (económico, social, relacional...) ante la incapacidad de gestionar positivamente tal cantidad de hechos complejos en tan poco tiempo.

Les cuento esto para reafirmarme, ya pasando a la generalidad, en la idea de que todo es posible bajo el Sol, y ligándolo a la pregunta abierta que les hacía sobre este pasado año. Efectivamente, a golpe de encadenamiento de traumas graves, he visto descender a los abismos a personas acomodadas, que en algunos casos ya no están en la nómina de los vivos, y que pasaron por una situación de exclusión profunda donde diferentes ingredientes, como un problema económico, un fracaso familiar y una dependencia, han convergido y lastimado. Al tiempo, he conocido ilusionantes hechos de antagónica lógica, donde personas fuertemente excluidas y provenientes de entornos muy depauperados, han salido adelante con mucha ilusión, trabajo y, sobre todo, creyendo en sí mismos a pesar de todo y de todos. Y, también, del estigma social, y de la brecha, marcada a fuego, que ha de soportar el que viene desde abajo... Entre ambos extremos, está toda una panoplia o gran abanico de posibilidades. ¿Les ha ido bien 2018, objetivamente?

¿Y cómo lo sienten ustedes? Porque, ante idénticas situaciones, también hay percepciones bien diferentes. Es cierto que hay personas que se felicitan por su año y por su vida, mientras que otras en mucho mejor situación personal no dejan de maldecirse por ella. Hay quien es más frugal en sus expectativas y definición de éxito, mientras que otras personas o no encuentran su rumbo -que no su norte- o creen vislumbrarlo, pero o no lo siguen o los vientos y el desasosiego, o fuegos fatuos nunca concretados, les apartan constantemente del mismo...

Pero, mientras todo ello sucede, el tiempo sigue su curso. Inexorable. Tic, tac. Tic, tac. Y el reloj marca solamente horas, días y años, aunque nosotros nos empeñemos en tachonar además nuestro periplo con supuestas fechas de caducidad... Algo impuesto, cultural y discutible, sin duda, pero que para algunas personas supone un muro verdaderamente difícil. ¿Amor a los setenta? ¿Deporte a los ochenta?... Cuitas que consumen tiempo y energía, en el mundo de los miedos y las inseguridades, mientras el tiempo real pasa... Y, finalmente se agota. Por eso es importante no perderse en el intento de seguir vibrando con cada nuevo día.

Por lo de pronto, quien sí se agota, fenece y termina es 2018. Sirvan estas líneas para desearles lo mejor en el año que entra, 2019, en el que sigamos cosechando pizcas de armonía y felicidad. Juntándolas, poniendo una tras otra en cada una de nuestras particulares líneas de vida, construimos la felicidad. No solamente la de quien realiza tal ejercicio, sino también la de los demás, al aportar más ilusión, ganas y fuerza a una sociedad, a veces, un poco blandita y con una cierta falta de proyectos colectivos.

¡¡Feliz 2019!! Con amor, ilusión, esperanza, sosiego, paz y... ¡¡¡mucho respeto!!! Todo ello nos hará falta en lo sucesivo...