Llegan estos días por las alcantarillas de las redes sociales nauseabundos mensajes de condena de los intentos, ciertamente desesperados, del Gobierno central de buscar algún tipo de diálogo con la Cataluña rebelde.

Se hacen montajes soeces con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, limpiándole los zapatos con la bandera española al de la Generalitat o con parecidas lindezas pseudo-patrióticas.

Le envían a uno esos montajes, buscando sin duda la aquiescencia o complicidad del receptor, personas de las que uno jamás esperaría que descendiesen a tales bajezas.

Poca cosa en cualquier caso si uno lo compara con las acusaciones que tan irresponsablemente vierten los dirigentes de partidos que, uno no sabe bien por qué, algunos se empeñan en calificar de "centro derecha".

O con los exabruptos de esos periodistas invitados a calentar aún más el ambiente en las tertulias de radio o de ciertas cadenas de televisión privadas que sólo buscan aumentar así los índices de audiencia.

Cualquier intento de buscar desde Madrid algún cauce de comunicación con el detestado Gobierno de la Generalitat es inmediatamente tachado de "traición a España", de "claudicación" o de "humillación".

El independentismo más radicalmente intolerante, por un lado, y nuestra derecha montaraz, en feroz competencia con quienes presumen de liberales, se dedican a echar más gasolina a la hoguera nacional.

Unos hablan irresponsablemente de vías eslovenas, como si no supiéramos lo que fueron las guerras de los Balcanes, atizadas en su día, por cierto, desde fuera, mientras otros acusan a aquéllos de buscar sólo "un derramamiento de sangre" en Cataluña.

Se resucitan los fantasmas de una guerra civil que debería quedar para siempre encerrada en los libros de historia, de la "más triste de todas las historias", como calificó a la nuestra en castellano el catalán Gil de Biedma.

Y esos jóvenes descerebrados que se manifiestan estos días con violencia, cobardemente encapuchados, parecen ignorar lo que fue para todo el país, y no sólo para Cataluña, la larga represión franquista.

Hay demasiada incomprensión, demasiado odio acumulado, y falta precisamente lo que no parecen querer los radicales de ambos lados: comunicación y diálogo como única forma de salir del pozo en el que egoístamente nos metieron allí algunos para mejor ocultar sus vergüenzas.