El "feliz año nuevo" de 2019 ha sido con la boca pequeña. Te deseo lo mejor, por decir algo. Con la que se avecina. Que te sea leve. El pesimismo se ha posado sobre nuestras cabezas como la boina de la contaminación, como una losa. Los augurios para el año recién nacido no son halagüeños. Incertidumbre es la palabra que domina todos los pronósticos. Que si desaceleración económica, que si inseguridad política, que si inestabilidad social.

El ánimo no puede estar más alicaído. Esto es el preludio de otra crisis cuando aún no habíamos acabado de salir de la anterior, anuncian unos. Esto es la vuelta a los años 30, con el resurgir de los ismos, proclaman otros. Esto tiene que estallar por algún sitio, vaticinan los de más allá.

Da igual que nos metan por las narices más y más estadísticas que demuestran lo contrario. España es uno de los países más seguros del mundo, pero los españoles estamos muertos de miedo. La economía deja de crecer, pero de ahí a una recesión hay un trecho muy largo. Y de Vox a Auschwitz -o de Podemos a las checas- hay casi un siglo. Eso sí, disponemos de la excusa perfecta para rechazar lo que no nos gusta: todo son noticias falsas.

Para combatir este abatimiento ha surgido toda una corriente de pensamiento. Han llegado los nuevos optimistas. Y lo han hecho con fuerza. No hay más que ver los resúmenes con los mejores libros de 2018. El pensador canadiense Steven Pinker, padre de este movimiento con su alentador "Los ángeles que llevamos dentro", ha publicado "En defensa de la Ilustración" (Paidós), que ha sido descrito como un "antídoto contra el catastrofismo imperante".

Indefectiblemente, en las listas siempre acompañan a Pinker dos fieles escuderos. A un lado, el recientemente fallecido Hans Rosling, quien en su "Factfullness" (Ediciones Deusto) trata de demostrar con cifras no sólo que el mundo no marcha mucho peor, como pensábamos, sino mucho mejor. Y al otro, el joven sueco Johan Norberg que, con su "Progreso: Diez razones para mirar el futuro con optimismo" (también Ediciones Deusto), ha declarado la guerra sin cuartel a las malas noticias.

Habrá algún Don Pésimo que, pese al despliegue de datos, solo los considere tópicos propios de frívolos manuales de autoayuda. El mismo Don Pésimo que volverá a repetir incansable el mantra de que esta es la primera generación que vive peor que sus padres. Muy mal se tiene que dar para que nuestros hijos vivan peor que nosotros, pero tendría que ocurrir un auténtico apocalipsis para que nuestros hijos vivan peor que sus abuelos. Si para colmo aparece por medio Bill Gates para proclamar que estos libros se encuentran entro lo mejor que ha leído en su vida, apaga y vámonos. Aquí hay una conspiración. Respetemos o no la opinión del fundador de Microsoft, resulta reveladora una de sus reflexiones, la que dedica a "la percepción del progreso". El multimillonario observa una desconexión entre el progreso actual y el modo en que lo percibimos. "En todo el mundo" -escribió en su blog- "las personas viven más, más sanas y más felices; entonces ¿por qué tanta gente cree que empeoran?". Gates llega a la conclusión, junto con el citado Rosling, de que el pesimismo es un instinto, como tantos otros, que a las personas nos cuesta doblegar.

Así que cuando vea el telediario, o lea el periódico, y no encuentre más que catastróficas desdichas, no culpe a los pobres periodistas de propagar el pesimismo. Piense que los pobres también son humanos y les puede el instinto.